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Cañada Real: una franja sin derechos
Alrededor mío, para confirmar mi silencio existen muchas voces, marcando ritmos, llamando atenciones, indicando límites, trazando zanjas no sólo para delimitar, también para enterrar.
Siempre hablan de progreso, de nuevas oportunidades, de un tejido de ciudad más fuerte. Lo proclaman quienes venden, quienes se enriquecerán, quienes irán a palcos para que sean admirados.
El viento se escapa y nuestra vela no parece lo suficiente fuerte para retener nuestras certezas. Si no se dependiera de estar esclavizado para para nuestras deudas, no se aceptarían trabajos basura que nos somete a un ciclo de vida del que no salíamos aunque nos dicen que seremos más libres, si tenemos más dinero. Un estado, con su pomposidad en manos de mercaderes que derraman sus ganancias para fortalecer los ciclos.
La Cañada Real, políticos, empresarios, electrícas mostrando la toma que hicieron de una sociedad, que les debiera estar agradecidas y sumisas.
Seres humanos degradados, como lo estuvieron en su momento en Orcasitas, en el Pozo del Tío Raimundo y en las cuevas de plástico donde se alojan los que recogen nuestra fresa que recuerda aquel amor insaciable, buscado por grutas.
Chalets que desde su mirador quisieran eliminar las visiones de sus pasados, de los que sus ancestros debieron salir para darles hoy su trono.
Si somos olvidos, donde buscarán sus raices las ramas que pugnan por volver a dar los árboles que quisieron en la maraña de convertirnos en uno más. Embozados entre los demás, para no reconocer lo que nos identifica.
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