Por donde va aquel, parece la entrada al desierto. Ha tenido un tiempo por donde el césped le servía de suelo y los árboles se arrebolaban con sus ramas para darle sombra, aire y sueños de ser abrazado.
Ahora, delante de él, una puerta se abre, abrasando lo que ya ahí y prometiendo hacerlo a quien allí se encamina. No sabemos porque ha tomado aquella ruta, ni que se ha ido encontrando en la vida para que sus pasos parezcan decididos e inexorables.
Hoy, dos reyes, el de los monárquicos y el de los tontos acuden a un evento. Ellos siempre encuentran un paje que les lleva sus coronas, para que en esa imagen de una foto publicitaria, el salga llevando las dos y por lo tanto sea el doble de monárquico que el primero o el doble del segundo. Nadie lo puede criticar, son los tiempos y los medios de comunicación y sus patrocinadores son el mundo que han impuesto.
Aquí alguien fija la mirada. Se imagina dios y va tomando de forma concienzuda cada uno de los puntos por los que puede llegar a sugerir un silencio, un adios, un cuidadito. En sus hojas, hechas de miseria, podedumbre, intenta trenzarlas con grandilocuencias, con palabras mágicas.
También saben que el estómago, si está cubierto, viene de casa llorado, pero la miseria humana es esa, y buscando recogiendo migajas que les sirva de trono.
Es el sino de los tiempos, cuando caminas por sendas que tu te has trazado, sin cruces en donde coincidir; ellos, con sus fauces, segregando, creen haber encontrado sus victimas.
Cuando sus espaldas se hunden, arrastrando cabeza y pies, sólo la tabla de la dignidad sujeta del siguiente paso
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