Ha salido de la habitación con la bufanda. El cansancio de haberse levantado a las 5 de la mañana para preparar de forma anónima los sandwichs en la trastienda del bar, no se lo ha quitado ni con las dos horas que ha dormido. Un reflejo de oro parece que se le impregna en su mirada. Me digo que será el de los colores de su equipo, que le rodea el cuello.
Siempre se lía, lo sé, cuando va al fútbol, por la ventana, le veo venir, eufórico. Sin embargo, cuando abre la puerta, sus pasos se hunden en las baldosas, como si aquí pudiera sentir todo el peso que ha debido soportar en una ilusión que nos deja vacíos en casa. Se va a la habitación, antes de cerrar la puerta, le veo colgar la bufanda. Cuando, hoy, cae, me viene a la memoria que debo echar algo de grasa en alguno de los muelles o las patas, el chirrido es desagradable y en este momento, parece que ha sido abatido un elefante con una bala de algun mercenario que la preparó a traición , tiembla nuestro piso, a veces, creo que el edificio.
Podré poner la tele un poco, y revisaré su despertador, para que vuelva a levantarse a las 4h45' y llegué a ser un nadie, que prepara los primeros tentempies de los habitantes de la noche, que se dirigen a casa, agotados en una repetición sin perspectivas, sólo alimentar a su familia y pagar su hipoteca.
Otra vez, en nuestra ciudad incidentes. Nuestro equipo de fútbol ha descendido. Acaban de decirlo. Ahora comprendo su estado de ánimo al vagar por entre los muebles; pero, y en la calle, ¿por qué daba esos saltos?
Prolongan la noticia, todo adquiere otro tono, aún más lúgubre que esa desgracia, ahora es el caos; los fanáticos del equipo han lanzado bengalas en dirección a nuestros jugadores. Ha habido una invasión del campo y estos han tenido que huir, más que a la carrera. Sigo unos segundos, miro, apago.
Mi hijo y yo tenemos encerrado nuestro futuro por los ladrillos que nuestro jefe nos regala en argamasa de horarios abiertos y sueldos como arenas por la que se cuela las aguas de nuestras ilusiones. Él, a veces, me reprocha que le haya dado esa cárcel de repeticiones. Luego calla y me rodea con sus enormes brazos. Sabe que si no pudieramos pagar este piso, la perspectiva sería estar en la calle y ser señalados.
Odia al padre que no conoció, le ha ido dejando una marca entre sus compañeros de estudios. Le llevé a colegios de pago, para tratar de esconder nuestro destino. Állí, aún percibió más crueldad, le agrió la risas de su niñez, cuando conseguí que lo que le rodeaba fuera un Neverland, aunque yo sabía que sin cimientos.
Es listo, e inteligente pero esa marca, no la ha superado; odia todo lo extraño; sin saber que aquel hombre riquísimo, se encaprichó aquella noche de mí, y consiguió lo que siempre conseguía. Era extranjero y sobre ellos, ha ido tejiendo un odio irracional.
El fútbol parece que le hubiera ido dando todo el cobijo a lo que nunca ha podido comprender.
En esos segundos permanecí viendo las imagenes de los desmanes, reconocí aquella bufanda que tejió mi madre, inconfundible su detalle.
Siento que es la única lucha que nos es dada mantener. Admirar unos colores, mercenariados, y unos guerreros mercenarios.
No, nuestra dignidad es algo ajeno a nosotros. Vivienda que no sirva para enriquecer a los publicistas de la mentira. Una medicina que fuera pública para que no se llevará gran parte de nuestro salario y que él no me permite que prescinda de ella y que pase lo que tenga que pasar.
Sólo que lance bengalas contra quien ayer amaba. Como si hubiera habido una traición y no un trato mercantil con los dueños fatuas ilusiones.
Esa bengala, contra otro ser humano. Él, un fanático más, lanzando en la prisión de un estadio para que sea un gladiador que divierte a los que consideran, sólo, una bestia más que les divierte.
Estoy destrozada. Esos segundos, son la biblia de mi eternidad en el vacío