miércoles, marzo 30, 2022

Un paso, no más

 

 Si cojo un coche, me hago muchos kilómetros. Paso por San Juan de Plan, no parando por si aún quedará alguna casadera de aquella ornada, y tiro hacía arriba. No, más arriba. No, aún más alto. Equilibrándome por desfiladeros que cedieron un poco de sus cortados para que pudieras asomarte, por fin, a cimas de una belleza subyugante, que sólo has intuido en postales, creías, que impostadas. Puedo afirmar que lo hago porque el río Cinqueta es un viaje intimista entre una naturaleza salvaje, con accidentes geográficos que te descubren insignificante; los compañeros en los que tienes que tener una confianza plena, a la vez que ellos la tienen que tener en tí; por último, la otra parte, eres tu mismo. Cómo te acercas en esos momentos, en cuanto a forma física y a equilibrio mental porque vas a ponerte en juego con pasos que te requerirán todos los conocimientos adquiridos y su correcto uso en el momento adecuado

 Con todo este cúmulo de circunstancias y de reacciones humanas por acontecer; cuando tras unos trescientos metros de fantasmal llanura, como la planicie de una pista de atletismo entre los hielos; aparecen el esperado mundo de los abismos, con una rampa de 200 metros que te anclará al vértigo, contra piedras, ramas fisgonas en un cauce, aguas revueltas con sus correspondientes contracorrientes o sus sifones de salidas inciertas, con una velocidad que ni conoces porque a tu río, la rapidez se la da modesto desembalse, anegante de una tierra e injusto para una región, pero sin la  inclinación de este salvaje descenso que se te planta como un toro que ha sido invadido y atacado en su tranquilo espacio vital.

 Ya no eres tú, eres parte de un grupo al que respetas en la distancia necesaria y en sus señales de un común idioma que te pide pasar, parar en aquella contra o evitar el paso, sea en este caso, por la derecha. Si has tenido que coger la contracorriente, has bajado del barco y con cada uno de tus compañeros has visto hacía donde te lleva la corriente, si tiene buena salida y si se necesita apoyo con una cuerda porque aquella piedra te puede desequilibrar, decidirás el punto donde ese apoyo puede ser eficaz; arrojarla en el punto donde ya te has metido en el peligro, no tiene ningun sentido.

 Continuaras y verás un salto de siete u ocho metros, sobre una poza que parece tiene la profundidad necesaria para que frene la inercia de tu caída, no con un duro fondo, sino con un agua colchón, que te masajeará y te acariciará en la salida. Tiraréis, primero el kayak, y luego, a plomo, los jinetes y así continuaréis unos frenéticos kilómetros, hasta aquella caída a las tomadoras sombras de la que intuyes una rendija de  esperanza, 100 metros más adelante. La trampa es sibilina, perversa, en un primer momento te da  una copa que parece de veneno, por lo pequeña y por las enrevesadas corrientes que allí suceden, la caída es de 3 metros, luego, en una difícil salida, una rampa en un ángulo de 35 grados, durante unos infinitos 3 segundos te arrojan a una pared que quisieras fantasmal para que te dejará pasar, pero es granítica para comprobar la dureza de tu casco, pala y kayak. Cuando el compañero que ha sido el catador de cada una de las consistencias, levanta la pala para dar la aquiescencia a que tu, intentes no repetirlo en la forma, pero que el camino está expedito, te lanzas. Entonces sucederán muchas cosas, pero aquel aterrador paso habrá dejado de ser:

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