Si supiera que hoy cuando me fuera a la cama, encontraría en una de las esquinas las memorias que vistieron los actos de Pina Bausch, ya me hubiera ido hace una hora. Sus mundos se me dibujan en los sonidos de Dylan
Vagamos durante la semana en caminos que nos definen futuros. Se puede tener la suerte de encontrarlos rodeados de árboles en flor, con colores de sueños. Alguno tropieza con piedras de muros que tienes que ir quitando para ver el sentido de acudir a las repeticiones. Muchas describen sendas como un cajón del que han decidido que los cuchillos pendan de su tejado. Las pesadillas del desamor, la conviertes en rutina como un acto que dejó de tener sentido.
Esa mañana, tras viajar y descansar en un refugio que perdió su significado, todas esas vidas cobraban un nuevo sentido entre las señales de una cima cercana; árboles con abrazos y cosquillas de camaraderia y un río que naciendo parece pura inocencia en el que bautizarte, por la nueva vida que te dará este día.
La ropa, el casco y el chaleco son tus pinturas de encuentro con el agua del que te harás compañero, pero conociendo sus violencias. El kayak y la pala serán cuaderno y boli con el que esparcirás cuidados, descripciones y actos de una unidad que se tiene que tejer, con apoyos, consejos, auxilios y arrojo.
Todas las kayakistas, como las abuelas alrededor de sus manteles y sus charlas van elaborando un vestido para que vista la memoria. Agua, piedra, pala, cuerpo, mente con sus habilidades van dando ritmo de paso para ser un cuerpo en medio de un universo casi cósmico, con noches sin soles. Tan tan; tan tan tan, tantantantantantantan; y la rampa al cortado tantatatatatatatatatatata y así, una y otra vez, u otra, sin presentación, sólo abismo taaaaaaaaaaaaaaaa. Pero siempre, en unidad, avanzando pero buscando; por aquí, no, no, tal vez por allí, mira, mira aquello termina mal. Entonces, todos paran.
Se oye la respiración, buscando el oxígeno que se fue antes; Bocanadas que se comen a pares, para lo que necesitarán después.
Subidos y equilibrados sobre piedras cuerda, cada una va saliendo a explicar la mejor ruta. Una, explica los rebufos que ahí, las piedras en las que equilibrarse, los sifones que buscan a sus robespierres o las carreras con cabriolas que son contempladas por otras más montesas. Alguno desde su mesura, arropada en una técnica envidiable, supera con limpieza los listones de los saltos de altura; se queda en un equilibrio sobre una precaria contracorriente que parece siempre se podría romper.
Escuchadas las explicaciones más experimentadas, las más resabiadas, las más prudentes que incluso aconsejan portear este tramo de río. El grupo reinicia su marcha con ritmos en cuerdas que auxilian, uniones de quien se arroja al agua para dar ayuda a quien ha volcado, mientras otros han quedado en equilibrio para sujetar la cuerda madre que busca acoger bajo su regazo a quienes son pasto de las fuerzas de un agua sin control.
No hay ningun cuidado que se esconda, aunque si cierto peligro que se nos escapa. La vida quisiéramos que fueran estos instantes. Olvidarnos de nuestra semana y vivir en el débil equilibrio de unos instantes entre la gloria y el caos. Pero a este, los brazos, como las manos de aquellas que elaboraban preciosos manteles, con la mente las van dando puntadas para que los nudos a los que nos asiremos sean permanentes. Marchamos por una jornada, en donde quizás un embalse, quizás el cansancio nos ponga en lo que somos el resto de la semana. Actos repetidos
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