Un día cualquiera, de un sórdido encierro, todo se va colocando, como si nada, diría la poesía.
Semanas de lluvia, como aquel Diciembre que de ser irrisorio el río en los primeros días, en navidades echaba fuego. En este no puedes entrar sin un material ignífugo, como en un río, con más agua y siempre con piedras en su lecho, no debes desafiarlo sin casco, que nunca deja de estar y un chaleco, que mira por donde, hoy se ha quedado muerto de risa, en el coche.
Será la primera vez en años, pero es suficiente para necesitarlo en un día donde el agua parecía engrandecerse y su fuerza era el Broken Heart de Eddie para esa niña, Emma que había tocado para Taylor Hawkins, batería de los Foo Figthers.
En el agua se olvida ese espacio que siempre parece en suspensión.
Los años te dieron una seguridad y ver el líquido revuelto no te ha hecho dudar, tu cuerpo se ha ensamblado con la mente en una historia de desencuentros y encuentros.
Hubo un tiempo de sólo los primeros. Las caídas eran como una llave a otras puertas que te subyugaban abrir aunque siempre tu barca era la alfombra que doblaba su consistencia por cada una de sus esquinas.
Ahora, durante una hora y un añadido porque subirse entre las crestas era un diálogo atemporal de amor con cada una de las partes que entraban en el cortejo.
Se enlazaban los muslos y musleras, se venían flashes de otros instantes, pero el de ahora pedía, egoísta, la mutua entrega y a fe que la recompensa con el frenesí de sentirte uno en todos los efluvios del agua que dibujaba plenitud, la del momento, la que permanecerá meciendo una mente en fuga y un aire que fue testigo de una mimetización y algún día lo posará sobre una pareja en éxtasis.
Agarro la pala para que desde el barco se la dirija como un boli; escribe entre corrientes, como sabiendo que a esas letras las diluira el olvido. Pero ahora penetra la pala y buscas que su introducción sea la más perfecta. No terminarás de escribir bien, como no lo harás, de atreverte a ponerla vertical por si caes, como podrían las palabras labradas en el miedo, que parecen bellas, pero como una flor a la que una ligera brisa, deshace.
Desde el casco, como desde la atalaya, contemplo, para descifrar cada línea; ahora, si es tarde, no merece la pena pensarlo, porque eres tú, plenitud del ahora, nada por desdeñar, todo por descubrirse, pero percibes que cada punto que tocas, lo haces con una consciencia y una sabiduría que no tenías en todas las anteriores ocasiones.
Y tiemblas y buscas una cajita en tu memoria para que se guarde y un día sus esencias emanen para decirte eso fuiste y mereció la pena.
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