Al abrir la puerta y quedar una mesa de Aalto más pequeña de lo que me había parecido por catálogo. Observo, al menos, si el sello era el original y si ese conjunto de silla y mesa, tenía tan buena ergometría para cuidar mi espalda, hoy más dolorida que nunca. El color mango lo pidió ella; examino la perfección de sus líneas y la ambivalencia para posar los pies o enseñar las fotos de nuestro último viaje, a la Concordía
En este caso, es una botella de whisky y sobre ella se mecen los vapores de Time Theme Hour, con las melodias de Bob Dylan, hoy las notas de False Profets se tornan pastosas por el líquido que se agita, antes de ser entregado para mi deleite.
Al cogerlo, toco dos de sus dedos, nos damos un beso que nos propusimos que no fuera de compromiso, ha sido duro, tantas veces asaltados por propios problemas que parecian finales; el tiempo se desvanece y la memoria de mi señora se balancea estos días próximos, ya pasados, pero con las cadenas y bolas que nos hacen sentir los años.
Sobre el desplome de las torres alzadas en la brillante luz de un tiempo caduco, nos sentamos y me explica la poca consistencia de lo aparatoso. Releo en sus palabras y encuentro lecciones de mis continuos falsos profetas.
Dylan dice que él no es un falso profeta. Le creo, si es un hacedor de mundos, no sólo con la letra, sus inmersiones entre las aguas de las melodias igual nos transporta a Monzambique, que remontamos el Mississipi que nos inundan los ojos cuando telegrafíamos que si la ven, la digan hola.
Sentados, escuchándonos, me pregunta como se hizo la construcción de aquellos faros. También el porque no nos habíamos dado cuenta que sus maderas nobles, sus cristales opacados y su metalurgía blanqueada encerraban los hierros de nuestras mazmorras.
Entre las ruinas, contemplamos las palabras que siempre han sido ensalzadas para bendecir la adorada equidistancia.
Ella, centellean sus ojos, se hunden hombros; como una interrogación se enlazan los restantes dedos, como una promesa de excursión a la comprensión, me recuerda mis últimas palabras para no conceder a los Hunos y a los Hotros más que los extremos de una estancia.
La habitación se ha teñido de un naranja arropado por Mr. Tambourine, ahora veo los cuadros y la escultura de Hurricane, el esplendor y la pujanza de la tierra, atrapada por palabras estandarizadas, sin compromiso con la búsqueda
Si los Hunos, destruyeron y los Hotros, no empezaron; todas las veces que te alojes en el medio para decir que ambos destruyen, estarás en el bando de Atila.
A veces, me corroen los tintes que me hecho, cuando sudo para subirme en esa mesa y proclamar ese mi estadío: la sabíduria empotrada en valorar a los dos iguales.
Cuando caigo de la silla de Aalto, tras el trompazo, reconozco que desde la mediocridad, se resbala.
Aléjame, entonces, la imploro, de las pantallas de los hombres malos, por si, con sus mandos con teclas a nuestro egoismo, nos crearon imágenes en bucle de las torres caidas, pero que se saltaban las destrucciones, para sólo ver la beldad en sus ropas y juegos que esconden miserias y mentiras.
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