En dos fotos de una web de una radio, son dos editoriales. Una princesa, hija de un rey, un príncipe del aérea, hijo de un trabajador.
La primera se acerca con una sonrisa acogedora hacia el fotógrafo que se ha agachado; el segundo, es pillado en plena acción del juego.
En la fotografía fabricada en un castillo escocés, ha habido un guionista, un productor, un editor, un servicio de peluquería, en fin están los créditos de una película, con su música de vals vienés. En el estadio de fútbol, un jugador se toma un respiro, por ser una pieza que un jugador mueve para defender un espacio y el otro jugador, también entrenador, busca destruir, explorando las debilidades. El momento muestra lo exhausto de ese combate.
El progenitor de la primera, muchos poderes del país, han decidido que sea una imagen de un país. Aparece en los lugares de forma controlada, ante el éxito de las acciones, ante las innovaciones de las empresas punteras; da buen servicio para consolar en una desgracia controlada. No nos parece noticiable el padre del segundo, si algo sabremos en su momento de él, será por remarcar alguna gesta del hijo.
Una melena recién retocada, como las palabras lanzadas por un partido político que ha jugado con el fuego de su inacción para obtener su propio beneficio, y que ha puesto en la boca de un rey militarizado, ridiculizando un estado, más de golpes que de normas a cumplir. Un jugador que perdió su melena, pero no su fortaleza para defender un equipo desde sus fortalezas físicas y tácticas.
Los muros son sólidos, eternos y los jardines parecen hechos para el servicio de esa persona que marcha decidida a su futuro que es el nuestro. Nuestro jugador está solo, no parece haber público y su gesto es de suma debilidad. Quién tomo la foto parece ser del equipo que va a abandonar.
Parece un vals imposible como el de un canadiense y un granadino. Existían tantas barreras de un Atlántico, un estrecho de Gibraltar y unas Alpujarras inexpugnables, que el día que nuestro jugador acuda a un estadio de Escocia para defender los colores de su nuevo equipo con su actitud de rey de un área inexpugnable, en la grada, una melena se descomprondrá por el gélido viento un Mar del Norte.
Todo será una ilusión de 90 minutos, para nuestro hombre, que puede incluso haberse despertado en pleno trance y haber hecho una cesión bochornosa que le destituya de su apelativo. En la grada, en su habitación, esa mente ya se ha hecho consciente que una guardia pretoriana que les reinstaló desde su cíclica huida por el bochorno de la corrupción, y unos medios de comunicación mercenarios de las grandes empresas controladas por otros herederos, pugnarán porque confiemos nuestra tranquilidad, a nuestra postración ante su imagen, aunque sea editada
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