Guerras que nos hacen sentirnos poderosos. Mi país salva el mundo
Armas que dicen ser inteligentes, incluso para superar el instante, no ser humano
Réditos para mis inversiones, porque yo me lo he ganado. Trabajador ejemplar
Guerras temerosas, con bombas, ¡Qué pena! ¿Quién lo podía saber? Contra la población. Desamor por el liberador
Armas, en un mercado, con gatillos para el mejor postor. Cuerpos esparcidos, mentes sometidas
Réditos del buenísmo inocente que cogió una isla llamada equidistancia. Islas sin miradas
Guerras para el odio al diferente
Armas para sentirnos dios
Réditos de chupitos teñidos en rojo
Letras que atraviesan las corazas de las guerras necesarias y toman asiento para dar la madre de todas las batallas: el conocimiento
Respeto esparcido en bombas de racimo de miradas humanas con espoletas inactivas ante el fanatismo.
Réditos de consciencia ante lo que soy en una sociedad con lazos que no podré esconder en anuncios detergentes
¿A qué guerra voy, con palabras de "lengua de madera", pomposidad mentirosa?
¿Qué armas monto con sangre de pólvora y corazón de repetidora?
¿A que réditos me subo para tomar un daikiri con sabor al polvo de las caídas?
Olga, Ramón, Mónica, Mikel y tantas y tantos periodistas, avisando de las personas individuales sometidas a una guerra artificial de intereses sin besos.
Ellas que encontraban las tramas de las armas, cargadas por las empresas que las vendían en prospectos endulzados para mentes pusilánimes
Periodismo empobrecido enfrente de jefes, ejecutores de políticas informativas ajustadas a las cuentas de sus inversores. Réditos que roban abrazos
No se empieza una guerra, si no es contra el hambre y el desconocimiento
No se empieza a disparar, si no es con palabras y reconocimientos de las otras
No se recibe la carta con mis réditos obtenidos si estos no tienen los números de la vida
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