Me ha costado comprobarlo y me ha sido duro reconocerlo, pero he llegado a mi conclusión que la mascota de mi vecina no me quiere. Mira que paso tiempo en la casa de ella, y que al entrar, me agacho y hago una caricia con todas mis buenas intenciones; pero no, estoy seguro que tiene un séptimo sentido que la ha situado con respecto a mis intenciones más profundas.
Siempre que entro llevo un libro en la mano. Un día de Javier Pérez Andújar, otro de Sergio del Molino, el de Obama, cualquiera de los días más oscuros de la semana; pero ni aún así. Lo último que he hecho es acercarme con la lista de pedidos que tengo preparada para la próxima semana, 5 ó 6, si no añado alguno más a última hora. Cuando la abordo, a modo de contraseña, le muestro la portada o cualquier reconocimiento que hay en la fajilla del libro. En ese instante, lanzo una mirada furtiva, instantánea a ella, la gata de color zinc; ella ya se está dando la vuelta como una Penélope que ha dejado de tejer, por si ha vuelto Ulises o por si algun otro, puede merecer la pena, el tiempo es largo y un apretón lo tiene toda mente que un día cualquiera busca ensamblarse con la belleza, sino del individuo, por lo menos, del instante.
Al entrar, por el dorsel de la casa de mi amada vecina, hoy, he sido todavía más apabullante. Le he presentado el inicio de mi anterior entrada y a la vez, un mensaje que me había enviado una editorial. Yo, prometía un libro y esta me prometía que lo podría publicar. Los dos, de forma inmediata, nos hemos juntado, con lo cual no hemos tenido más remedio que nos abrazabamos. Iba a cerrar los ojos, para sentirla a un más en su felicidad pero no he podido, porque me la gata me ha dejado hipnotizado. Ni ha sido desdeñosa, ni ha sido desafiante, ni tan siquiera esquiva.
Ha clavado los ojos en mí, como una daga afilada ha penetrado en mi mente. Ha cogido el gato que tenía al lado, y lo ha encaminado a su sexo.
Nosotros hemos sido más discretos, y tras unos pasos, hemos cerrado la puerta. Cada uno a lo suyo
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