Antes de bajarme de escenario repaso alguna de los instantes en los que no me encontré. Me da la sensación de ser demasiados.
En una esquina, a la que me vuelvo como un fetiche, intuyo, casi tapados, algunos de mis libros y apuntes que fueron mi abecedario.
El ensayo general ha terminado y mis compañeras se van. Decido volverme sobre mis pasos y me siento, para empezar a quitar toda la broza que arrojé para tapar los orígenes. Me lleva un buen rato y una siesta de oír medio.
Abro uno de los libros. Ahora que sé es mayor, te das cuenta que cada hoja, que antes obviaste, necesita ser escudriñada para retener cada instante que te abra puertas candadas. El segundo conjunto de apuntes me los traje de un mundo lejano al que no he revisitado a través de sus fichas tan elaboradas. Me voy haciendo una idea del estreno de cualquier día. Volver a lo esencial, a trasmitirles creatividad desde la modificación de lo básico.
Miro al patio de butacas, exploro las placeas un los palcos. Me pregunto si todo esté mi futuro, que ya habrá pasado, ha sido este. ¿No habré sido un impostor sobreactuando, poniendo la atención en el foco que me interesaba que les deslumbrará?
¿No seré como esos políticos canallas, cogidos "in fraganti" que señalan el humo de un incendio inconmensurable, dicen sobre espantados en un amanecer entre nieblas cercanas a un rio?
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