Habría intentado hacer una versión juvenil del "viaje a Itaca", me había leido a algunos de los autores que más habían trabajado la literatura en estas edades y por otro lado, en el quicio de la ventana que en verano no visito, había dejado aparcado al autor de éxito que ahora, por supuesto, con más nivel, prometía que entraría a escribir para estas edades. No había puesto ni basura, ni riego automático, no sé si daría algo de sí, lo de este soberbio autor.
No puedo, como voy a meterme a describir lo vivido, si hasta las sirenas, enloquecidas, caían sobre la cubierta de la nave en que me hallaba embarcado, desorientadas, aterrorizadas por las voces que salían del palo mayor del que había atado al autor de los sonidos más espeluznantes que decían haber oído en su vida estas sibilinas, aviesas y, por momentos, destructoras insinuadoras que habían llevado a tantos marinos contra las rocas en que se posaban
En los extertores de sus vidas, con sus nervios desbocados, sus cuerpos heridos por hierros de anclas y de arpones a los que ellas mismas, cegadas por los nervios, se habían arrojado, lograban abrir los ojos y, sacarlos de sus órbitas, al comprender quien era el ser que había sido capaz de sacarlas de su condición semihumana, para haberlas convertido en masas vencidas.
Si sus cantos habían sido tan penetrantes, tan efectivos, tan divinos, que habían reducido a los huracanes a coros para sus voces y a los maremotos, que ya se acercaban con todo lo recogido en las islas de ocio, con barcos que se habían añadido a su punta de lanza, en instrumentos acompañantes menores.
¿Como podía suceder su total derrota ante lo visto en aquel palo mayor cuya vela sustentada habían sido rasgada por la intensidad de aquella voz?
No puedo, no puedo ni siquiera mencionar el nombre de ese ser enloquecido, barbado, de furibumda mirada.
¿Quien puede haber fabricado un altavoz para que ese ser, aparente niño tras la máscara, pueda soltar en decíbelios inconexos semejantes balandronadas?
He hecho algun tanteo en alguna editorial que arriesga hasta el límite para interesar a sus jóvenes lectores en otros mundos posibles. Ni ellos quisieron tratar el tema que les proponía. Cuando leían los olores putrefactos de los espumarajos que soltaba ese ser que habían convertido la mordaza en una papilla que le tejió un adyecto potaje aún más vomitivo en la conjunción astral con aquellas espumas de aguas fecales. Les veía que, por un lado, no daban credito a la existencia de semejante ser y por el otro, me miraban como si fuera yo el enfermo que imaginaba tales brebajes. Y no fuera uno de estos, quien hubiera alimentado por años a nuestro personaje.
Estaba atado, amarrado y en la medida de lo posible, sedado, si es que algo podía sedarle, pero su carnivora voz para ir a otros mundos, para avisar del fin de los mundos que habíamos conocido.
Traspasaba barreras de sonido, como si de los avernos vinieran servidores para ampliar, aún más, la potencia de sus gritos enfervorecidos por tantanes hipnóticos de siervos con hambres insastifechas para mil años.
Una sirena, como último servicia, reconociendo haber sido vencida, lanzo un beso imaginario de un amor puro. Se materializó y cuando le llegaba a su boca, la abrió y asomaron unos colmillos que hizo trizas a aquel ósculo.
¿Qué podría yo ofrecer a la editorial, para encontrar un nuevo viaje a aquel barbudo alocado que pudiera mirar nuevas itacas, si hasta a sus ojos les había descabritado?
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