martes, junio 15, 2021

Reflejo

Un joven corre pasando un tunel; a veces teme que en la penumbra pueda tropezar con alguna piedra u otro obstáculo; no suele pasar. Al final atisba una luz y en el medio de su destello intuye los contornos de un alguien que también parece querer despegar.

 Al acercarse a la salida, sus pasos se muestran firmes. Quizás empiece una serie de 12 minutos sobre un recorrido plano, aunque con un calor que deshace. En el instante que va a pulsar sobre el botón del cronometro que le informa, hoy en día, incluso de si su amor, le corresponde; le da tiempo a echar un último vistazo sobre la imagen que se ha materializado desde sus trazos. Es un hombre mayor, sus pasos parecen fenecer entre los gemelos que tomaron el poder de sus cadenas sobre unas piernas que recorrieron cientos de kilómetros, al menos esos tiene marcados en diferentes partes..

 Le reconoce, le suele ver casi siempre corriendo. No intuye que haya podido realizar algo importante en ese apartado. 

 Cuando, por fin, el cronometro se descabalga para recorrer su sueño de libertad encerrado en una esfera, su preocupación es si llegará a aguantar los primeros de los cinco períodos de doce minutos que deberá realizar. La siguiente semana le tocará una serie más. Uff, el marathon está cerca, teme que no conseguirá una buena marca, su nivel de exigencia es muy grande. Le da un poco de vergüenza reconocerlo pero cuando se acerca a ritmos de 3'30 el kilómetro, en cada una de las cabalgadas que se pega, se siente un dios, habiéndose olvidado de cuando vío la muerte en la de un amigo, o en alguna imprudencia de la que parece no querer aprender. Esa noche, estará postrado en el sillón. ¿Cómo es posible que haya hecho lo que ha corrido durante esa hora larga?

 Nada le llevará en esos instantes a acordarse de quien parecia mecerse mirando a un cielo que comenzaba a cubrirse, sobre la hamaca de sus pasos amansados. Aquel señor destilaba conformidad con sus pasitos, en su mirada parecía reconocer el huracán que yo desencadenaría instantes después. 

 El viento que se levantaba parecía querer mezclar los colores sobre una pequeña cortina que no parece conseguir esconder un atardecer eléctrico. 

 Duda ese aire, ahora ya violento, orgulloso de haber ennegrecido todo un cielo azul, eso si plomizo y por lo tanto no deseado ni por conejos reproducidos, después de muchos años, como tales; ni por árboles que no entienden que tamaña pesadez pueda golpear con tal fuerza cuando se acerca el 21 de Junio. Sólo se le había aproximado el bloque granítico de luz que asaltaba en Julio, la cristalera de un último piso de Berlín.

  Por fín, el viento se encamina por la avenida, cogiendo la mano de quien mira a uno y otro lado como para fijar el milagro de la vida. 

  Su interlocutor le besara como para sorprenderle. Agradece a esa fuerza que no se haya entregado a las piernas sin freno, para entre los dos contarse los sarmientos que nacen de las savias de las primaveras que explotan

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Siameses y mercader

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