Me he asomado a ella para ver si podía tener alguna oportunidad. Nada, me ha mirado y como si fuera transparente ha fijado su atención en la silla en la que me apoyaba.
Siempre me había dado mucha rabia ser consciente de muchas de mis debilidades, pero ella me iba clasificando en su propia hoja, donde ocupaba uno de los últimos puestos; ni en la clasificación de las plantas más carnívoras aparecía mi voraz apetito para desgarrar las fibras musculares de aquellas moscas tan pesadas.
Trataba de hacerlo todo con mucha gracia. Había aprendido a manejar mi cara hasta llevarla a las posturas más raras, donde cejas y barbilla parecían buscarse en movimientos de cortejos, previos al apareo de pelo la nariz con una nuca que renegaba del sol. A eso unía los torrentes de palabras que era capaz de desembocar, por lo que había aprendido escuchando durante horas los videos de las intervenciones de Pepin Tre y Javier Cansado en los programas de "Ilustres Ignorantes".
Nada se movía, ni una brizna de aire, ni con ellas, algunas hojas contorsionista sin, al parecer la dictadura de aquella, elaborada, sucesión de neuronas arrojadas por un azar que parecía encerrado en un dado de casino ganador.
Por la mañana me tomaba mi tiempo saber lo que quería hacer. Si, estaba nublado y el cuerpo me retenía atado a la carrera, su estiramiento y porque no, algun baile del día anterior, entonces miraba el último libro que me había atrapado, no siempre lo hago en las mejores condiciones, y trataba de atarme a Niadela y lo que soy enfrente a una vida rural que me era ajena, cuando pasaba en el pueblo los veranos. Miraba la Lista, siempre tenía claro el Orden de las cosas, la Bondad de lo seguro, la Verdad por ser de raices bíblicas. Ante esa sucesión de absolutos, me iba empequeñeciendo, perdía la referencia de los recuerdos agradables y casi me abandonaba para vagar sin horizonte que me diera una pequeña esperanza, ni tan siquiera una Macarena a la que besar en nuestro encuentro, if you see her, say hello.
Cerca del área, cuando perdía la luz para encontrar una portería a la que llegar, mi primer paso por un pasillo con un muro inexpugnable, empecé un sueño sin raíz. Toda la Certeza de la Lista era una invitación a dejarla el camino expedito. Seguí, con los tropezones en las piedras de los días que te dicen no; la Lista se ponía nerviosa; nunca se acostumbraría a que nadie escribiera fuera de los márgenes de sus hojas de excelencia que tenían a bien de mostrarnos, aunque como un imperativo
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