martes, junio 01, 2021

La coctelera y el ruido

 Si cojo un poco de cardemono y lo añado a la mirada que lanzó sobre una sonrisa que viste de Prada, desarrollo unos pectorales que aguantan mejor un corazón enamorado. 

En la mano que se levanta, mitad por la alegria, mitad por la inevitable sensación de derrota, he escrito las palabras: "if you see her, say hello"; ella, no lo podrá ver, pero en esta primavera lluviosa, florecen también las palabras de más, como se adormecen los frios en una casa habitada por los recuerdos. Nadie puede negar que llegué una vagoneta recien sacada de una mina. Las ruedas han aprendido a ser silentes pese a que los roces entre hierros podrían lanzar palabras de amor, pero su paso es tan rápido y su sonido tan alterado que se confunde con un suspiro por algo tan banal que desaparece al instante, podría ser ganar, sólo por las inercias.

  Dentro de esa coctelera subterránea venía lo más parecido a un cristal, que pensé en un primer momento. Estaba yo, como Mister Tambourine dedicado a producir sonidos, que el tiempo me ha demostrado que son inentendibles por demasiados de los pocos oyentes, cuando uno de estos, mitad aburrido por la matraca, mitad ilusionado por decirle que a pesar de todo, me querrían en su museo de cosas perdibles, se ánimo a coger el origen de ese destello que había recogido el Sol de unos ojos verdes primorosos.

  En un gesto de cariño, él me regaló el diamante que intuía que yo necesitaba para hacer funcionar un corazón con miedos. 

  No era su momento, añadio, comprendía que su insultante adolescencia podría ir tallando, a pesar de las impaciencias de la juventud, una piedra que tuviera el valor de lo casi eterno que parece anidar entre aún atisban que la vida es inacabable. 

  Cuando contemplaba cada uno de los segundos compartidos por si los podía añadir a los kilates de su presencia, me extasiaba la perfección de sus formas y las palabras que brotaban de un manatial sobre el que beber. 

  Al agacharme para tomar el agua con las manos, todas mis arrugas se arremolinaban juguetonas sobre mis colorados mofletes de un tiempo ilusionado. En esos segundos, en los que la corriente parecía que se calmaba para conceder ilusiones. Ella se dibujaba transparente pero real. Porque arrastrara unas briznas de paja, ese agua que parecía querer ser un cuadro, se convertía en lo pasajero con la rapidez con la que la espiga seguía su destino o hacía unas cataratas, o hacía un sifón, o quizás un mufón que había decidido cambiar el estado de aquella provocadora de mis desencantados pensamientos.

  Cuando levanté la mirada de ese agua tan pasajera, ella estaba allí, como queriendo permanecer en todas las caras de ese cristal que la encontraba en todos los ángulos

   Fuera existe el ruido. Cuando mezclo las visiones, con sus armónicas, sus otras canciones, y esos ojos verdes que viajan siglos, sale el ensordecedor silencio de contemplarte

 

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