Existe un caballero, no de los de lanza en ristre, buscando su señora y defendiendo ideales, que son sólo eso. En él, lo es tan sólo, y no es un pequeño mundo, ni mucho menos, porque defiende a sus compañeros y trabajadores por encima de sus intereses, se llama Pablo y no sabemos si tarde, pero no es tiempo para dejarle, junto a su pareja, abandonado para que las mentes acanalladas sin razón, guiadas por otras, aún más violentas y malvadas puedan despedazar a quienes queden expuestos a todas los seres bestializados por sus miserias y tropelias.
Existen libros con cuentos que sirven de alegoría para guiar a seres hacía una bondad que parece no tener apellidos con matices de actos humanos.
El caballero del que hablamos estudió los libros, los desarrolló en su mente y decidió coger el riesgo de confrontarlo con la realidad. Quienes estaban a cargo de esta, la habían relatado como el momento más alto de la libertad.
Pablo desnudó aquella engañifa donde quienes controlaban todo se permitían ponernos las pantallas de sus grandezas sin mostrarnos toda la basura que se escondía bajo sus alfombras.
Fue tan denostado por hablar de una dictadura de la libertad que cuando con el tiempo se fueron levantando cada una de ellas, por el olor era hediondo, no había ya casi nadie que le pudiera defender. Parecía que todo terminaría como le paso a aquel caballero que vagó luchando contra molinos y otros odres y terminó volviendo al anonimato para desaparecer.
Nuestro caballero siguió y sembró; aquí, una mujer tan clara que los de las cuevas, sintieron que se quedaban sin protección en sus cavernas; allí, otra más, se lanzaba con una pértiga, para superar cualquier listón.
Y entonces el caballero, ya no tenía un Rocinante, tenían un velero al que le soplábamos muchos que agradecíamos su compromiso, para que atravesará los mares. Y allí, coincidía con otros caballeros y damas, con la misma decisión y fuerza, ambos grupos. Allí también había malandrines traidores quienes, desde sus medios tomados y dirigidos, habían sido denominados grandes, cuando a sus actos los podríamos llamar como subvencionados y traidores a las banderas e himnos en los que se envolvían.
Sus imprecaciones eran violentas, pero la decisión de Pablo y tantas como ellas, era que el barco surcara los mares con los soplidos de nuestro agradecimiento por intentar hacer posible lo que nos habían dicho que mejor era pasar nuestras imposibilidades
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