jueves, julio 03, 2025

Dirigiendo el viento

  La cuerda cayó sobre las cabezas cuando soltamos al viento que la amaestraba. 

  Dos suspiros se unieron a dos besos y se contemplaron huyendo de sus destinos, marcados por familias amigas y deseosas de sellar puertas para sus vástagos.

  Llegaba la semana final y aparecían fisuras por las que se esfumaban los esfuerzos de tantos meses. Hablaban los ritmos como los acantilados amenazaban a Chaplin; podrías caer de forma estrepitosa pero siempre aparecían un palo que se te aproxima, una piedra a la que agarrarse o un pájaro que te recogía cuando ya los ojos del director se habían clavado en el fondo en el que te hundirías. 

  No había otra, cuenta que Charly era perfeccionista hasta la exageración y que muchas tomas las habría repetido como un amante no se cansa de dar a su querida toda la información de una parte que no había sido adorada.

   Existían trucos que te los revelaban un profesor por aquí, otro por Sigüenza, otro en Valladolid; eran valiosos y cuan los comprendías te embarcabas entre las tormentas que te generaban angustias y dudas.         Estaba bien, pero el día a día; la hora que te quedabas desnudo de emoción y triste por sentir que quizás nada sería igual. Esas eternidades te clavaban en un desierto sin salida y sólo te quedaba en los recuerdos el Oasis de los ensayos donde clarinetes te acompañaban, bombos te marcan, trompetas coloreaba los espacios que se habían quedado desvalidos y otros saxos te amarraban a su sonidos para que no te sintieras sólo.

     Enfrente estaba el director; a él no habías aprendido a verle, permanecía oscuro en la mayor parte de la sesión o transparente en la restante.

    - Míralo, míralo; ahí está, 

     Pero aquello era superior; las notas eran absorbentes, querían toda tu atención; creyéndose merecedoras y succionadoras de tu dispuesta mente. 

      En su egoísmo, las notas que llegaban a tí, eran, por tanto, las primeras y por ello, cuando asomaron las sencillas razones de un paciente ser orquesta y descubrieron que el director podía colorear tus notas y ensamblarlas perfectas con las de los traviesos clarinetes o contrastarlas con las de las tubas o los bongos. 

    Sólo entonces, las mismas notas ansiosas y sobre todo, presumidas como pavos reales, desearon que las aprendieras, te enseñaron sus trucos, te avisaron de las repeticiones y de los pasos fronterizos porque su único ansía eran ser tan hermosas como cuando un director las toma de los diferentes instrumentos y las hace música y de ahí, la belleza y para más, un alimento que llena los corazones, y aunque dicen que los saboreaban algunos miserables, habita, ante todo, en el pueblo y ayuda la rebeldía y las revoluciones.

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Siameses y mercader

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