miércoles, julio 16, 2025

The castle

 Me llamo Silvano, durante siglos he vagado por las diversas estancias del castillo. Fui sirviente de reyes, amante  de sus mujeres y barragán con algunas de las mozas que por allí pasaban.

  Serví comidas, envenené contrincantes, comercié con las joyas que me eran dádivas por mi buen hacer. 

  Descubierto en mis servicios extras con la reina, quiso el rey, diestroen asuntos de cama, encularme, no sé si por venganza o por propio vicio; pero estimé que la tarea en la que estaba embarcado no merecía parada en otros puertos, a riesgos que fueran debilitados los francos.

   Desvestido, despechado y perdedor en la comparación de atributos masculinos; tomó el rey represalia, no por si mismo, pues también perdía en gallardía y mandó entrar a sus dos guardianes reales, para que le cubrieran, en ropa, igual que en algunas noches le cubrían por los diferentes agujeros que les ofrecía. 

    Después, mandó que me ensartarán por mi culo, al final fue trasero, por su mala puntería, pero aviso que no llegará la lanza a la reina pues debía exponerla en la recepción que tendría lugar unas horas después. 

     Nigoberta con muy mala hostia, pues la habían dejado a punto de uno de sus famosos orgasmos, que eran tenidos por los habitantes de la campiña como tiempo de prosperidad, le lanzó una mirada que fulminó al rey, con el aviso de que no la tocarán ningún pelo, pues sería el momento justo que saldrían a la luz todas las corruptelas que cometía con las prebendas que concedía a sus amantes protectores y a aquellos que esquilmaban las tierras cobrando impuestos a los campesinos que trabajaban de Sol a Sol. 

    Sabía ella, que había matado a su padre en una cacería, por una especie de accidente que no lo había sido de ninguna manera, sino un disparo de un inocente cargador de armas al que se le obligó a disparar un arma ya cargada, a la vez que recibía una puñalada en el corazón, aunque tarde porque el tiro había sido certero hacía aquel antecesor que murió, a la vez, entre retortijones por el veneno que había ingerido en los chorizos, que se prepararon con mucha precaución, añadiendo dos gotas de cianuro que salió del dedo del carnicero, al que se le había añadido una pequeña bolsa.

     El hermano, ¡vaya putada! añadió el futuro rey, cayó fulminado sobre el ataúd, nadie supo como se podía haber clavado una astilla en el corazón. Menos raro le pareció a mi compinche Torezno que era un especialista en activar artilugios de los más curiosos.

      Caí, pues, muerto de vergüenza y de la profunda herida que afecto a mi zona trasera, lumbar y llegó al corazón. 

       Ya ven, morir y vagar buscando esos últimos impulsos en los que hubiéramos muerto en plenitud. Fue quizás, 20 segundos o un minuto, pues éramos duchos en contenernos, pero inoportunos si que fueron. 

        A veces, reflexionó y digo, pues oye, si a cambio de este último supremo placer, hubiera sido visitado en mis estancias por el rey, quizás hubiera merecido la pena.

        Fíjate los principios, tantas veces se derrumban, sin tanto estrépito y la vida continúa

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