martes, julio 15, 2025

Fina ó la búsqueda

     Fina abordó con una delicadeza suprema el encuentro para el que se había preparado tantos años. Dejó sus inmensas cualidades para destripar terrones y dar de comer a las gallinas y se lanzó a intentar unos dominios que nadie le prometía, podría conseguir.

      Había elegido el lugar más inhóspito y el tiempo más tenebroso para empezar aquel recorrido. Sobre las zarzas se aquietaban las heladas, para dar un grosor que pareciera una nieve caída para cubrir un océano.

  Beni, la oca, salió de su letargo y enfiló hacía las mazmorras donde había permanecido el Conde durante largos años y cortos movimientos. Ella había anticipado aquel estado de cosas y aquellos primeros sueños que se irían deshaciendo entre alegrías y sobresaltos.

   Encerrada en nadas se volcó sobre el instrumento en el que había depositado su trabajo, no estando segura de sus cualidades. 

   Lo sacó a la plaza, habiéndolo afinado, unos minutos antes el rincón más oscuro y fresco que pudo encontrar en aquel solar.

   Por una de sus grabaciones, las que no hacía tanto tiempo, había podido entrever que a su interpretación le faltaba vivacidad y se dispuso a alegrar, quizás como Albert Ayler; tal vez, como Ornette Coleman. 

   Podría no llegar a ser bueno, pero no dejaría que sus interpretaciones fueran indiferentes, anodinas. Introdujo la boquilla y pensó en él. Su lengua ansiosa fue buscando todos los matices en intensidad y en formas de contacto; en todo aquello se fundía lo físico con la irracional pasión y en ese mestizaje salieron sonidos que eran bombeados por la pasión y la exploración.

   Abrumado por la posibilidad de molestar en tal o cual sitio habitado se fue al campo; encontró un pequeñín en la carretera, previa a tomar la senda al bosque. Había muerto y, por ahora, quedaba la belleza de sus colores. 

   Entre los primeros árboles que anunciaban aquel bautizo entre la frondosa naturaleza; escuchó la marcial y apocalíptica trompeta, el sugerente clarinete, la tuba que marcaba ritmos con esa gravedad y exactitud que temió molestar y, pensó, será un pájaro carpintero quien este marcando un flamenco profundo. 

   Imponían cada uno, con sus matices y contundencias en diferentes grados; pero se volvió a centrar en ella, en lo que sentía, en una aceleración por donde no cayera fruto del vértigo o una quietud donde el tiempo se parará y se concentrará en cada una de las rugosidades, de la textura de la piel de él, del calor de la sangre de una bossa nova o de una parada, donde como en un tanto esos segundos fueran una oración para la comunión de ambos. Después, empezaría una aceleración que les abocara a la perfección de un ensamblaje de ya, sólo, ser uno.

    Y así, se planteaba entrar cada día, en un estado de ensimismamiento, para que aquella no fuera una concatenación de actos mecánicos, aquello tuviera sentido en un orgasmo musical.

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