Sobre el techo, un tapiz verde; en la casa del acantilado, Laura.
Nadie la ha visto durante diez años.
Al contemplarla con los prismáticos, el corazón se acelera. El rasgo de su andar es inconfundible. Porta un subfusil y acaba de tirar un cigarro.
Su mirada es a un horizonte inabarcable. Con un ligero movimiento de cabeza cubre aquella cantidad ingente de agua retenida.
No muy lejos está Donald, no hace ni veinte minutos estaban follando con una ansiedad que, como decía Anne, no tiene nada que ver con dos cerebros que se compenetran y buscan la satisfacción total.
La observa Elon; se conocen desde la niñez, amaban las mismas cosas y en sus juegos jugaban a ser invisibles y sorprender a sus respectivos padres. Se los imaginaba, cambiando el mundo y un día, los dos descubrieron que el padre de ella y la madre de él se escapan de una encerrona, donde buscaban mostrarles como amantes, cuando la situación era al revés.
Se descubrieron y les ayudaron para no ser culpabilizados de algo que no era cierto. Tras aquel apoyo, Laura le dio un profundo beso y Elon supo que desaparecería, pero no de esa manera.
Johnny Cash cantaba cuando se alejaba.
Diez años después, Elon había entrado en una fabrica de Fentanilo en Vancouver. Juanita era su compañera y Mary la que permanecía infiltrada en aquel lugar, besaba en la boca a Laura. Un segundo después está le rebañaba el cuello a aquella traidora y sin que esta llegará a caer, se apartó a un lado y le arreó un paradón para que cayera al vacío. Mary fue dejando un rastro de sangre que formó una especie de pobre Arco iris pero solo en rojo y al fondo, el azul y verde
Elon se presentó, con su inmensa melena a Laura, a la vez que Donald le disparaba por la espalda y quitado del medio la ráfaga de esta, impactó en Donald.
Todo empezó a explosionar y Laura voló con su traje especial. Elon, en sus estertores, la lanzó un beso que impacto en una lágrima que salió de ella.
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