Existen gente que se adelanta a su tiempo y aunque marcharon a otras galaxias, su legado queda por siglos, quizás días, para nuestros chicos de nuestro propio interestelar.
Cuando yo, Anacleto empecé a salir con Pe, ella dejó claro que la mentira no existía en su vida, que no la aceptaba y que al follar siempre examinaría se había autenticidad y no impostura en nuestras exploraciones.
En este aspecto nunca podrá decir que aprecio apariencias y que su Ana estaba deseando salir a escuchar el partido o a aquel adorado Carlos, periodista.
Todo se abandonaba y cada trozo de su piel tenía la concienzuda idea que la haría bailar y feliz.
En ese instante ese centímetro era el centro del universo, como el siguiente. Nada estaba vedado. Ella, pese a la insistencia de aquel gorila astronauta, solo pidió un día de tregua, eso sí utilizo una mínima y necesaria mentirijilla de no estar en su sitio de encuentros. Su honestidad no la permitió mantener porque ella misma se declaró tocada y hundida.
Cuando llegó el primer jacuzzi, se sintió tan excitada por descubrir sus múltiples utilidades que llegaba agotada a las citas con John. Anacleto, de forma extraordinaria también pidió alguna tregua.
Meses después, en una nueva mansión con vistas a un inmenso jardín a la que no rodeaba ninguna casa, le veía lejano, aunque siempre entregado.
Ella le devolvía todo en la cama y nada de lo material que la estaba rodeando.
Escuchó en algún noticiario las pesquisas que había sobre él. Ya muy avanzadas y inculpatorias.
Hablaban de lugares por donde ellos dos pasaban. Lugares de besos interminables, donde los dedos se llenaban de fragancias compartidas.
Decían en aquellos canales de televisión que la vida de Anacleto era una gran mentira.
Ella tenía datos para confirmarla; y, por desgracia, debía reconocer que un orgullo, destruido y una aceptación de la falsedad de él que corría en cada décima de sus nuevas corruptelas, llamada por él, regalo de amor por su pérdida amor hacia ella.
Cuando un día se la llevaron del palacete de Cornualles tuvo que admitir que aquellas mentiras no la habían afectado en lo personal, lo más mínimo.
Anacleto, hablaba y no paraba. La desvergüenza de él y su jefe de gabinete la maravillaban y asustaban por igual
Tuvo que reconocerse como "only a pown in their pocket"
El siguiente encuentro su cabeza volaba a aquel patio mientras la maestría adquirida la permitía, también a ella, mentir
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