La temperatura de cocción varía, y más en estos días de nubes amantes, abrazadas a piedras y pinos.
Sobre el fuego, una gran cacerola. En ella se cuece el hollejo de la uva
Algunos días, los soberbios racimos no son bañados por el Sol para crear un fruto al que nos sometemos en nuestros otoños.
Otros días, las uvas son de la ira, como las de John Steinbeck, son la percepción de la mediocridad de quienes un día se sintieron dioses.
Mala época para la lirica decía la canción. Se les ha dado todo el poder a las grandes compañías tecnológicas. Esos nuevos grandes señores feudales se han erigido sobre el pueblo, en el que cada uno mira su propia barriga, como último asidero cuando el agua les llega al cuello.
Pasa algo, esos señores se subordinan un señor-rey al que ellos mismos han erigido metiéndole en un castillo que de puertas a fuera son esos muros inexpugnables, duros, despreciativos a la humanidad y dentro guarda un lodazal de riquezas apropiadas.
Cuando algunos nuevos seres, serviciales con quienes ya están dentro de aquella muralla, se tienen que enfrentar con quienes trabajan extrayendo alimento dentro de la basura extendida, arrojada con desprecio desde el las inmensas riquezas movedizas con la muerte.
Le pasó ayer al inspector de policía Olivera, fue preguntado por Ione Belarra. Fíjate que en la película de los Monty Python que llegaba Ricardo, Corazón de León, pletórico, este rindió servicios allende el Mediterráneo; el primero se vanagloriaba en una comida de su poder. Elaborar informes falsos, como policía, para que los Vicente Vallés y otros los pudieran enumerar no como periodistas, sino como lector de noticias.
Decía hace muchos años el señor Monzón que cuando alguien pierde el honor en Japón, actúa en consecuencia. Tiene suerte ese comisario de tener un dios a su servicio que le perdona.
Soñaría, ayer, durante las preguntas, estar ya dentro de la muralla, soberbio, pero sabiéndose débil y desnudo fuera, y desde allí, arrojar aceite hirviendo para tapar su culpa de ser un miserable porque ha engañado a millones de personas, que le confiaron un poder para defenderlos, y, a cambio, haberlos traicionado elaborando informes falsos, sobre personas que luchaban por tener un país sin los hereditarios parásitos a los que él se había entregado.
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