miércoles, enero 15, 2025

Balconada

 Cuando quiso enfrentarse con Luigi, este me llevaba dos kilómetros de distancia. Él llevaba encima una pesada carga, eso me dio esperanzas, también un cierto miedo acerca del contenido que pudiera portar. La última vez, había portado masa para 200 pizzas. Contundente, me pareció; como para medir las fuerzas.

   Asomado a aquel mirador, soñando con su nuevo coche, Edith pensaba en su nueva canción y su desgastado amor. Vio al fondo del cañón, una piara de jabalíes y a unos 200 metros Luigi, con un andar pesado; le veía levantar la cabeza, quizás buscando un recodo del río en el que pudiera descansar

   Un kilómetro más atrás marchaba Karl; paró, pareció beber de una cantimplora, pero nada interrumpía su andar ligero. Le daría alcance enseguida, aunque la senda se hacía más estrecha y unos árboles espesos, impedían a Edith ver ese tramo.

   Al mirador llegó un camello, un zorro, desafiante y Lucía a la que no parecía importar la presencia del jorobado. 

    El zorro dio cuenta de lo que le había sucedido en aquel pueblo. Edith le acarició la cabeza y le pidió que se acercará al balcón Se mostró apático, quizás por la gallina zampada. La señaló, por contra, la peligrosa acción que estaba haciendo Luigi para pasar a la otra orilla. Para sorpresa de todos los que estaban en aquel balcón, vieron que arrojaba la pesada carga en el agua, junto a unas mínimas piedras. Consiguió pasar. Se sentó al llegar a la otra orilla.

     No tardó en aparecer Karl, segundos después la piara. Todas, arriba, lanzaron un horripilante grito. Karl aprovechó el desconcierto animal para subirse a un árbol. 

       Desde allí pudo contemplar como un gran jabalí empezaba a nadar hacía Luigi, después los otros cuarenta miembros, incluso los jabatos. 

       Luigi se levantó con calma, se dirigió hacía el saco y empezó a tirar todas las bellotas que había quitado del santuario de aquellos cerdos salvajes; el macho alfa, diría aquel, quiso olvidarse del fruto y seguir al ladrón; pero miró para atrás y vio a muchos de los pequeños, pasando verdaderos apuros y otras cuantas cerdas, con honda preocupación, les fue llevando hacía la contracorriente, con la tarea de acumular cada uno, 2 kilos de ese preciado alimento.

       Karl se volvió hacía el zorro, Edith, Lucía y el angustiado camello y pareció decir: "Es imposible atrapar al pillo".

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