A tres días de desplegar hacía la tierra, me llega un aviso de mi madre. No lo esperaba, me habían prometido que estaba aislado y que ella pensaba que había ido a subir aquel pico tan difícil que había cerca de casa.
Dicen que no hay nada como la intuición de una madre para descubrir en aquella noticia suelta que yo podía ser uno de los protagonistas.
Cogió el pentagrama y empezó a meter las semicorcheas que tanto dolores de cabeza le daba cuando los tenía que meter y nombrar con una velocidad a la que no estaba acostumbrada.
Sabía que esos momentos eran críticos. Lo experimentó cuando saltó al RE y de ahí al F americano y luego al C, como el anterior de nominación ajena a él, hasta hacía poco, para volver al SOL, este salía cuando ella se situaba de forma inmediata a aquella colina que lo escondía en un A.
Había conseguido el objetivo averiguaba de donde venía el viento, siempre de barlovento y giraba sobre ella, a la que se alejaba a sotavento, en algún momento debió sentir un reguero de mis olores que habían pasado del miedo, al pánico y por último a la desesperación. Todo eso lo conocía de mi niñez y de todos los problemas que la había generado.
Supo que tenía poco tiempo y se concentró en aprovechar cada uno de los segundos, para leer otros tantos pentagramas que era la forma como se comunicaban aquella especie de psicópatas, con ganas de conquistar otro planeta. Ella siempre repetía
"tenemos suficientes problemas entre nosotros como para salir al universo".
Consiguió averiguar mi ubicación y entró con la alpargata en la mano. A ver quien se atrevía.
Yo tomé unos metros de ventaja y no quise ver como quedaba aquel lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario