Un hombre permanece durante 15 minutos picando piedra. No no está en una cantera y de alguna forma dice ejercer una libertad, que incluso, alega, es premiada.
En algún otro lugar del mundo, una mujer, poco habituada a caminar, lleva varias horas dentro de una multitud guiada por el ansia de una libertad que va encauzada en esa riada de gente con la mirada extraviada y la mente golpeada por las realidades de quienes, en ese lugar, dicen proteger la patria.
Unas horas antes Delfín se ha vuelto a adentrar por el maremágnum de la gran ciudad; se siente pesado y ya no se desliza por ella para dejarse sorprender. Se ha montado en un vagón de tren y se adormece cansado. El viento que introduce por la boquilla, a veces, le parece que le dejará sin oxígeno.
Desde hace años también está atrapado por el móvil; pensaba que lo evitaría cuando veía aquellos ladrillos que hacía hablar a los humanos por la calle. Ahora ya, es uno más, escucha sus podcast y se acerca a la música.
En ese vagón, cuando ya el golpeo de las ondas le parezca insoportable y levante la vista para tener un pensamiento propio y percibir a quienes le rodean ve que todos están en su propio mundo, que le ofrecen pantallas con tal poder atrayente que quizás no tienen un pensamiento para la puta nomina que aún no han recibido o porque las costumbres de ese extraño con el que debe compartir vida, le exasperan hasta tal punto que tiene que evitar pensamientos oscuros para uno y para otro.
De forma intemporal ese locutor, vuelve tener esos quince minutos taladrando la realidad. La desmenuza, para repetirla en formatos absorbibles por los humanos que son capaces de aguantar esa descomposición de la realidad como en una diarrea.
En ese tren un exuberante joven africano recibe una llamada desde alguna patera, a punto de hundirse. Mientras el compañero de asiento hablar en un idioma, ¿pastún?. Su hermana, a la que la pudiente pero temeroso, gran Occidente ha abandonado por los bosques de Bielorrusia y Polonia. Las palabras, como durante años las de Dylan, no le dicen nada pero el lenguaje gestual, la tensión, la impotencia y la rabia salen de las mismas entrañas.
Al viajero se le encoge el corazón y aparece en el pantano donde se ahoga un niño y se desgarra una madre por el sentimiento de culpa. Soldados, policías, deshumanizados reparten a diestro y siniestro, como personajes esporádicos del tren de la bruja. Vuelve a la infancia, teme que en un momento determinado le pueda tocar a él. Aquellos se justifican porque el hambre y la impotencia están destruyendo las estructuras de un estado. Se lo han dicho en la academia. Algunos de los que más hablan, son los corruptos que reciben mordidas. Pero ellos tienen que defender la patria, honor.
Se ha sumergido de nuevo en ese móvil; está triste sabe que amaba su trabajo; pero ellos necesitaban alguien con nuevas fuerzas. A cambio, se le abre un abismo, ya, único, hacía el final.
¡Qué nadie tenga prisa!
El multipremiado informador ha cogido su propia escoba, se repiten esos 15 minutos para el oprobio para pegar a esa sociedad embebida que veintitantos años después de su aparición se ha sumergido en una caverna en la que vuelven a ver aquella imagen que le proyectaban a quien ahí vivía. Ahora son miles y por ello, la pantalla se ha dividido en miles de granos de realidad. Cuando lleguen a su casa, encenderán la tele y ese impúdico repetidor de mensajes apocalípticos volverá a golpearles con la escoba. Esa misma con la que sus amos, siempre agradecidos a su lealtad, irán barriendo la realidad, ahora que comprendieron que la democracia ya no les sirve para tapar todos sus desmanes.
Como diría aquel, van a "calzón quitado" y su falo de capitalismo inhumano destroza vidas humanas; mientras en miles de vagones, todos piensan estar viendo una sucesión inevitable de imágenes que les liberen de los hechos en los que andan angustiados.
Los ojos están vendados por móviles y las mentes anudaron su destino a lo visto.
Mentir, manipular, mercenario mediático, eso no lo tapa ni mil premios, ni un agradecido rey apostador en ruletas trucadas.
Sobre el Green Border de Agnieszka Holland caen gotas de cianuro de gobiernos fascistas que contaminan con su falso orden y cuidado de la patria. En ese mundo creado para la desesperación del débil, existe la humanidad de quienes levantan la cabeza del móvil. Ellos rezan un padrenuestro para desnudar y burlarse de ese orden instaurado sobre la punición y la deshumanización. Amen
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