Entre justos y mayores. Guiados por tonos y semitonos, empiezas a intuir otra forma de escuchar las música.
Aparecía un pentagrama y como un Leopoldo cualquiera empezabas a caminar por las calles paralelas del pentagrama.
Encontrabas sentido a plantearte emprender viajes que no siempre terminaban de ser lógicos. Para que tengo que salir a Mallorca, sí las montañas por las que me paseo cada día, me enseñan sendas con sinuosas curvas, subidas y bajadas en las que me sintió crecer. Si además en las calles, en la que solfeo lo aprendido, surgen las miradas caídas de derrotas.
Estos últimos caminos, pareces encontrar un asiento para el descubrimiento. El viaje por esta Odisea, sin embargo, acaba de empezar. Sólo hace dos años, menos 18 días, que lo emprendiste. La excusa pudo ser un desafío imposible de una adolescente o un homenaje, siempre continuo a quien rapeaba en mil experiencias.
Ahora has cogido la receta para que te preparen la fórmula de un jabón con olor a limón que ayudará a cuidar la piel de otra Molly y te has dicho que llegar a Sweny, será emprender otro viaje, en el que descubrirás los porqués que rodean a una vida, caminándola con seres especiales.
El Sweny de ahora, no tiene nada que ver con aquella llegada, al lugar de encuentro y actos de abrazos. Ahora es llegar a la consciencia que te dé la llave para comprender como poder, tú, ofrecer Swenys.
No son las calles, que siempre conviertes en intransitables bosques a los que rodeas con mil vueltas, el objetivo a conseguir.
Los armónicos son océanos; los justos, cuatro, cinco u ocho pueden no serlo tanto si tus pies destripan piedras en líneas al borde de un precipicio al que te asomas y no sabes si te atreverás a patear en un paso que no te promete que la visita al siguiente ensayo, te producirá la misma angustia en el abismo de ayer.
Hubo años en los que estabas orgulloso por la insistencia en los grandes esfuerzos en entrenos de la carrera; los años te hacen preguntar si serás capaz de no desfallecer, como entonces, para saber si atravesar las Mayores, 2, 3, 6, 7 con semitonos, por arriba, por abajo para hacerles disminuir o aumentar.
Miras a la Torre Martello, para encontrar la silla donde estudiar los amaneceres a mundos que no los podías imaginar, ni tan siquiera hace unos instantes. El profesor te desafía; comienza tu comprensión vistiendo ejercicios en los que produces girones y rotos pero que siempre con persistencia y atención, puedes remendar como si el haber compartido partida con un sastre, te hubiera enseñado su arte.
Descansas de tanta intensidad, levantando la vista y buscando en el limpio horizonte, la otra orilla que, vuelves a recordar que es una línea a la que no llegas nunca. No desfalleces, ves a un barco con viento entrando a estribor, te admiras de las pericias de piloto y copiloto que hacen banda para equilibrar el velero con un viento que les quiere aproar y por tanto, producir una parada peligrosa. Encuentras más veleros con gente luchando con vientos cambiantes que quisieran volcarles e incluso romperles los arneses para que el barco volcado quedé a la deriva.
En un ultimo bordo del día, agachas la cabeza, ahora entre aquellas líneas paralelas de imposibles cruces, te emocionas porque se empieza a tejer vínculos en los que intuyes bellos trajes, bordados por las agujas que luchan por reconocer las notas secundarias, terciarías, cuaternarias, quintas, sextas, séptimas que ya estaban pero no tenías capacidad para entender en los mundos que ya visitaste
Sueñas que siempre fuiste de un Sandicove pero que hubo días que en las primeras, generaban pequeñas trampas para el divertimento de lo infantil; en la siguiente, para el terror o en la sexta para un jazz o un blues con el que se mece cuando ya sientes que la luz le pide un nuevo descanso.
Te has convertido en ese Leopoldo, insomne que se emociona porque, sabiendo todo el bagaje en el que soportas tu edificio actual, sigues caminando agradeciendo a aquella, ahora ya joven, te pidiera ser parte de una grupo, cuando entonces sólo eras un banda
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