Corre quien puede; arrastrarse es una nueva forma.
Visita la ciudad, aún sin adquirir el chaleco naranja de obras. Existen bares, muchos pertenecientes a grandes cadenas; se nos cierran los que tienen nombre, miradas, equivocaciones y setas para sazonar besos. No quieren luchar contra tus inocentes fondos de inversión para optimizar tus ahorros y contra quienes te lanzan para arruinar la vida de habitantes y trabajadores, mientras te dan glamour en montaditos y cafés que os ponen en fila.
En el éxtasis del yo, quienes nos dieron de cenar por años, con pulcritud, dignidad y sobre todo, sabrosura, buscan su propia salvaguarda.
Durante años se vieron los bajos de edificios, abandonados; buscando su momento, como diría Miguel; poco a poco lo van encontrando; expositores de seres vigorexicos en gimnasios con personal trainer y salas de apuestas, miseria o la ruina.
Escaparates de apariencias en modo monos, chalecos de las apariencias
Signos de nuestro tiempo, monarquía privatizada disfrazada, especuladores espoleadores al abismo a sus trabajadores mientras rescatan sus inversiones los servicios públicos a los que torean.
Los yo en mancuernas, pesas, "máquinas en las máquinas", emperifollados en sus creaciones mientras panfletos de noticias dirigidas que les guían hacia los desfiladeros que les acribillaran en las carencias, hoy de servicios públicos, otros días con toneladas de paciencia por falta de atención en la sanidad y aunque, parezca lejano, caerán puñales cuando en la enseñanza se vayan precarizando la enseñanza porque no se atienda bien en todos los casos porque unos privilegiados, poniendo al pobre niño jesús en su belén, dispongan de mejores medios, mientras que como supremacistas les hayan apartado a los banlieues pauperizados que se describen en "los indeseables", y a los que insinúan, aceptar vivir sometido es el oscuro asfalto, con ceras sin árboles y horizontes sin parques como describen Patrisse Khan-Collors y Asha Bandele en "cuando te llaman terrorista".
Se quiebran tierras, se desangra la sanidad, se oscurece la educación. Lloremos a cada ser con su nombres, sus abrazos cercenados en su violento e inhumano día de la ira; temamos no luchar, porque las fuerzas de las destrucción nunca desistan de conseguir sus objetivos.
Cuando se apaga la luz del día, lucen los incansables músculos ahítos de aún ser más embrutecidos.
Se han ganado el privilegio de ser admirados, mientras se encierran en rediles donde el forraje de la autocomplacencia les adormece para ser equilibrados en la hecatombe
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