lunes, octubre 07, 2024

Aula

   Entra, Silveria, en un nuevo aula, no tiene las paredes en las que anduvo encerrado en las ultimas épocas, pero si un muro, al final, que le va atrayendo para que al final sea sólo un graffiti, invisibilizado por vientos y aguas.

   Erase una vez en un bosque se sucedían días, que se sentaban a contemplar serpientes que aún buscaban los últimos calores del otoño, ciervos con capacidad para oler la pólvora que se quedó impregnada en el lomo de su madre muerta, jabalíes tan tranquilos dentro de su piara y tan en estampida cuando veía acercarse a Luis, con su saxofón. ¡dios! porque no se quedaba en su casa.

    A Luis le dolía aquella huida para adelante de esos ¡cerdos!, no podía explicarles que su casa se había llenado de nietos, nietas, yernos, hijas, mujer, que a la vez siempre tenía alguna visita para preparar algún bollo especial.

   Uno que se había quedado dormido después de despertarle a las 7 de la mañana; "la niña" había trabajado hasta las 4h. de la mañana, la mujer que hoy quería pasar ella la aspiradora. 

    Luis tomaba las dos bolsas y acudía allí; le dolía la incomprensión pueril. Como a aquel otro le debió doler que le tacharán de onanista cuando su pequeño piso se había convertido en algo más cruel que el camarote de los hermanos Marx, porque aunque repetimos la imagen mil veces, siempre era el mismo día y la misma hora. A aquel hombre, su convecino, aquello le duraba horas, medios días, noches, y así durante semanas. Le dolía que por buscar un necesario momento placentero, en la naturaleza, ¡¡en la naturaleza!!, nada menos, con una autosatisfacción le llamarán "mataperros", o parecido.

    No hablemos, de los pinzones y otras aves que convertían los árboles en unos crueles generadores de ecos que podían encerrar a aquellos conocidos turistas que habían acudido a aquel lugar, sólo, para poner una muesca más en los lugares visitados y contribuir a arrojar unas cuantas toneladas más de carbono. Parecían aquellos cielos oscurecidos, como para hacer desagradable aquel hermoso paraje; se habían convertido en seres más comprometidos con el lugar que, esos humanos, que hablaban mucho y favorecían la especulación y compadreaban con los propietarios de las casas que rodeaban aquel espacio único; para que lo arrasarán de pasos y basuras.

    Aquella especie única de árboles había arraigado allí con una fuerza que le hacían crecer con una exuberancia que a muchos mequetrefes que andaban por allí, cazando mariposas, salivaban de imaginarse obteniendo increíbles beneficios con la venta de la madera. Nada fue como esperaba, empezaron a talarlos y un veneno, mató al de la red y dejó tumbado a quien manejaba la máquina, con el serio aviso de intentarlo de nuevo. En estas cosas, por desgracia, siempre existen los necesitados que al final, tirarán para adelante.

    Por ahí, marchando Silveria, aquel bosque la tenía entretenida y aprendía de las necesidades de aquellos saxofonistas, padres sin espacio personal, pájaros comprometidos y árboles arraigados, tanto como para vomitar venenos especiales para los especuladores

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