viernes, octubre 04, 2024

A dos carrillos

  Así andaba el oso que me he encontrado en mis correrías, comiendo moras a dos carrillos; sólo por eso me he atrevido a parar y hacerle alguna burla. Parecía indiferente.

  Mala cosa, se las ha llevado todas a un lado, las ha tragado con una inmensa aspiración y ya a cambio ha emprendido una tarea de persecución de las chorradas

   El caso es que coger moras no es una de las prioridades que guía a India; ella estaba cerca de aquellas zarzas porque por allí pasaba Hernán. 

   No, no vayan a pensar que Cortés, es menos prosaico, . Nuestro protagonista no tenía nada especial. Bueno, si, se echaba sobre las zarzas, como en Murcia, lo hacen otros sobre los estudiantes, pero con una diferencia el alumnado no tiene púas, sino que sólo piden derechos.

   El chico disfrutaba porque luego India se preocupaba mucho y le empezaba a extraer cada uno de los pinchos con unos chupetones que le hacían círculos sobre los que luego rodaban los dos seres enamorados.

   El oso se paró, yo creo que me hubiera cogido fácil, porque se fijo en una muñeco que haóbía puesto en aquella finca. No era muy alto, pero Fede, el oso, se elevó sobre sus dos piernas traseras. Como era de esperar el muñeco Pepe no se inmutó, pero si su cuerpo que se balanceó por una ráfaga de viento fuerte y corta. 

   El plantígrado mostró su sorpresa y quiso aprender lo que parecía un baile. Yo no sé si les pasa eso a los policías que se cogen de los manos de los fascistas y se ponen a moverse como si fueran unos expertos danzantes y unas parejas para toda la vida.

 Parece una disonancia visual porque los primeros están para servir a los ciudadanos y los segundos, son los lacayos de las élites económicas y sociales que quieren orden sumiso pero de los de abajo para que sirvan no a ellos, que son serviles, agradecidos por las migajas, sino a quienes se las lanzan. 

  No existe ninguna lógica, sólo una pena grande ver pegar y humillar a estudiantes; mientras deben ser condescendientes con quienes incluso les arremete y les hace empequeñecer cuando deciden, en general, imponer y grabar a fuego sus privilegios.

  Fede tenía también ese deseo de bailar; pero a la pareja, por muy fieras que fueran sus uñas, la ofrecía un abrazo pero no de eso, temido en ellos, sino de sus dedos de luna, en cielos estrellado

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