Se descubrieron en una mañana de otoño en la que vagaba, Duke, por la calle cercana a la arboleda hacía la que se dirigía. Ella, rubia, esplendorosa, perfecta le lanzó una mirada que con el tiempo, pudo llamar destello.
En aquella vía, en otro tiempo, fue atrapado en unas de las casas bajas en la que fue sometido a las vejaciones más abyectas que mente humana concebir.
Durante años, evitó que le nombrarán el lugar y prefirió hacer varios kilómetros más, con tal de no intuir ni los contornos por donde aparecieron aquel grupo de depravados mentales. Podía haberle surgido un problema casi irresoluble que, sabía, tenía solución en una de las tiendas que parecía haber elegido el lugar, al lado de un fresno en el que Isa y Juan habían dibujado un corazón que pervivió más que su amor.
Aún en esos instantes, empezaban a correr; llegaba sudado que siempre resultaba ser una incomodidad y pasar por un lugar donde en grandes letras se podía leer; el matadero, pero en este caso, era un jovial encuentro de jóvenes. En su caso era una lugar de despiece de los más variados animales, donde había permanecido durante 33 horas, y de donde sólo pudo salir porque José mostró la misma persistencia con la que se desenvolvía en el fútbol. Le salvó, encerró a los pervertidos y sólo años después se supo como habían terminado, devorado entre ellos. Al lugar, un inoportuno incendio, le arruinó el nuevo uso para el que lo habían comprado dos inversores. Tenían ya adquiridas las mil camas, las cien mil botellas de alcohol y la música creada en una fundición de herreros. Los turistas serían arrojados allí, desde un avión, con su correspondiente paracaídas. Se meterían en el local, atrapados como ahora lo están la mirada, el cerebro en los móviles en el que ponen sus esperanzas de escapar y en un tren de carga, volverían a la cinta transportadora que les dejaría de nuevo en el avión de proporciones bíblicas.
Ahora, la perspectiva era otra. Había vencido ese miedo atávico a pasar por allí. Creía haber encontrado, a cambio, la felicidad por aquel cruce de miradas y cuando se volvió para hablarla y mostrarla su admiración y su entrega, descubrió que Dolly sólo era una imagen univisional, una copia y aún así, decidió entregarse a ella y borrar cualquier atisbo de inteligencia cerebral con la que superar aquel lugar maldito que le volvía a encadenar a la verja; ya no encontró ningún nuevo fresno en el que escribir el nombre de su amor platónico
No hay comentarios:
Publicar un comentario