Soy Dolores, Lola, viví hace 503 años, por las calles de Luzinia; desde pequeña, jugaba cerca de alguna casa que lanzaba sus micciones por la ventana, alguna vez me pilló debajo, pero siempre aprovechaba que estaba blanda la tierra para hacer una imitación al castillo.
Dormía cerca de las bestias, pero como comprendí más tarde, estas daban mucho calor y además nunca estuvieron muy incómodas con mi presencia.
Aprendí a escribir porque Lucio se encaprichó conmigo y anduvimos de cama en cama, por algunos de los lugares que mensuraba.
Tras hacer aquella tarea, se encerraba en una casa del pueblo y allí, "pasaba a limpio" anotaciones que había realizado "in situ". Pronto empezó a ayudarme, primero con las sumas, después con las letras. El ingente trabajo que tenía que hacer, lo repartió conmigo cuando mejoré tanto en cálculo como en la escritura.
Debo confesar que me abrió los ojos y que empecé a comprender lo que me pasaba, por la lectura de algunos de los libros a los que tuve acceso. Deje de tener el asco infinito que había tenido al principio de nuestras relaciones y supe que con unos poco embates, aquella relación me abría mundos diferentes a estar pidiendo una limosna aquí y allí.
Era gracioso que hubiera una ley de maleantes, que, salía a recordarme, a diario, una mujer anclada a sus minutos, medidos y publicitados con toses, a la iglesia.
La ironía era que aquella beata salía de allí y se convertía en un alcahueta que procuraba niñas más jóvenes a diferentes, pulcros pagadores. Siempre ha sido así, encontré en algunos libros de Horacio de Siracusa que los hombres letrados, de leyes, vivía en un volcán continúo, con la concupiscencia a flor de piel. Bien claro que no todos, pero contaba el relator que Cayo Cercadus fue presa de una de aquellas harpías que deambulaban por los templos dedicados a Dionisios Atenea y tras regalarle encuentros con alguna joven, le tuvo tan agarrado por aquella villanía, al haber vendido como símbolo de su imparcialidad, llevar una vida de eunuco, que se convirtió en un pelele de sus tramas.
Siglos después, Lola reconocía aquellos mismos actos; ya se hablaba, por supuesto, de un sólo dios; se tenían a la leyes romanas como guía para una sociedad mejor; el tema era que Lucio seguía atrapado por ella, que se había convertido, en la parte externa, en una belleza en la que sus ojos castaños, intensos, derretía su promiscuidad, ahora despreciada por eyaculaciones precoces que le dejaban, tan desvalido como idiotizado. Sus pechos eran firmes y esplendidos para la vista, su cadera se contoneaba para describir círculos perfectos, sus piernas largas, y volviendo a su geométrica cara, la encontrábamos adornada con un pelo ondulado, negro de una intensidad azabache, como algún caballo árabe que veía pasar a lo lejos.
Aquel desprecio, llevó al hombre a denunciarla ante la Inquisición.
Sucedió que fue Anquelo de Taniuta quien empezó a tramitar la causa contra ella. Ni habiendo hecho la primera gestión, este quedó prendado y ella, supo en el nerviosismo de aquel juez, ya parcial, que tenía la causa ganada.
Lucio, unía a su puerilidad, su control de las cuentas de los poderosos de los alrededores. Lola comprendió que unos segundos más con él, no sería un donativo sin premio y entre algunos minutos y tres o cuatro movimientos añadidos, la daba la llave a las cuentas de los especuladores y los lugares donde reposaban.
Eran unos tiempos de muchas apariencias, mucha beatitud externa y de un desenfrene en habitaciones desde castillo hasta casuchas. Desde camas con lana de merinas, inmensas, a catres de pajas, demasiado húmedas, en la mayoría de la ocasiones.
Lola, risueña, veía pasar a dignas parejas, con mujeres enjoyados y maridos corridos en la vergüenza por el uso que la primera hacía de ellos. Esta, poco a poco, se fue envalentonando y unió a su enriquecimiento material, un engreimiento por las calles, por las que se paseaba con ropas, cada vez, más llamativa y una procacidad en alguna de sus arengas que abochornaba al común de los mortales
Todo lo anterior se decía de mí; habiendo hecho crecer el número de mis enemigos, pero me sentía protegida y con capacidad para destrozar a algún alfeñique con ínfulas de gran señor; que lo era para aquella sociedad de las apariencias, tanto como lobotizado en su dependencia.
Lei y supe, por una descripción de siglos anteriores que, pese al control y poder que creía tener; siempre sería una advenediza para los enquistados dueños aquel lar.
En aquel arenas movedizas supe encontrar al ser más abyecto, miserable pero gran conocedor y manejador de las claves que movía aquel mundo. A mi éxito personal que ya era venerado, incluso por los pobres que veían como había colonizado las casas de "alta alcurnia"; se unió que aquel mequetrefe al que me confié quería controlar aquel pueblo, por ello, me elevó, sin ningún pudor, ni suyo, ni por supuesto mío, a reina de aquellas calles.
Exhibí mi resentimiento de los padecimientos de los años de mi niñez, en mil y un actos en los que despreciaba a aquel mundo cimentando en la ficción.
Enfervorizada por aquel miserable, puse en entredicho la honorabilidad del abad, que me había concedido prebendas y su sumisión; desprecie al juez que reinterpretó un caso en el que alguien con el que sentí una pulsión de amor, lo eliminé porque me reclamó una pasión, a la que de forma calculada y mísera no pude corresponder; le desterró del lugar y su familia y de mi corazón que ardía en deseos de él.
Hoy, seré quemada por bruja. Aquellos a los que desnudé en sus desvergonzadas acciones y prerrogativas han decidido, estimulados por mi traidor mentor, que ya encontró otro personaje tan dispuesto a ser manejado pero, desposeído de las ínfulas, con las que había recubierto, las carencias juveniles.
Creo que no harán una oda a mi muerte; pero un titiritero con el que compartí hambre y migas de pan, anda tocando el flautín, a las afueras de mi lugar de encierro.
Baile brujo
Erase una vez un ser vergado
agarrado, vengativo, taimado
sintiéndose vivir mancillado
asesino para ser maquillado
a aquella, que le descubrió ladrón,
cálmose la plebe, él siguió mamón
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