Miro con arrobo el bíceps, paletilla de un ser que ama exhibirlo como un fin, tal vez, un martillo
Me vuelve al programa, de una juventud pasada, donde ponían, una y otra vez, erase .. una vez.
Podríamos observar cada uno de los puntos de ese mapa de fibras e hinchazones que se han producido de forma más artificial que natural, por ese espacio posado, descenso cuasi dívino, en un ser humano entregado a ser una guía social.
Como la jovenlandia de Yunez Chaib, podemos intuir que en esa protuberancia se diseñan mundos en los que estamos anclados y que visten nuestras acciones.
Te admiras porque intuyes todo lo que se te presenta en esa gordura, eso si, musculada.
Te acude la necesidad de comprender donde ese vida inteligente, donde se da la vida animal, donde crecen los manantiales que sacian a esas bestias, dicho desde la admiración que produce; como pudo pasarle eso a él.
En el norte observas, aparte de una artería, intuyes que por allí habrá unas neuronas entre todas las deformaciones, llamemos montañosas, que amenazan aislarlas y quedar como un reducto ajeno a todas las otras partes del cuerpo.
Si ya de por si, eran puntiagudas, con el tiempo les han ido echando toneladas de mugre de informaciones falsas que van cerrando los pasos para que las neuronas puedan oxigenarse. Algunos pobladores de la mugre se suben en las partes altas para que cuando observan algun movimiento emancipador de alguna de ella, e intentan escapar por recónditos desfiladeros para llegar a un razonamiento lógico, desde arriba se preocupan que haya desprendimiento de esas basuras de tal manera que las ahogue.
Se ha dado el caso de encontrar alguna de ellas, aplastada, pero balbuceando, antes de su fallecimiento, sólo quería comprender porque nos callamos cuando habíamos llegado a la cima y nos daban cobertura y éramos los putos amos.
Si ya la altura se había elevado y la mugre tapaba antiguos pasos para conectar con el resto del cuerpo para que tuviera una lógica de vida. Se añadían los hielos, esos que salen de los móviles y las televisiones tomadas por voces ardorosas, irrespetuosas, de forma paradójica hielan la mugre y crean nuevos glaciares que ya terminan de impedir la llegada de la sangre, con todos sus alimentos a las neuronas.
Ese aislamiento produce que esos enormes bíceps confíen sus movimientos a seres ajenos.
No siempre son las mejoras personas ni tienen las mejores intenciones
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