Vuelven a asesinar a un activista medioambiental en Honduras, Juan López. Lo ha sido, durante años, en otros países de ese continente y de esta Europa, siempre llamándose inocente y civilizada; glotona de los recursos de esos países.
Quien ha disparado tiene nombre, apellidos, familia, descendencia, no es nadie para quien le ha pagado sólo unas monedas tiradas al suelo por el que se arrastran.
Algunos se vanagloriarán de haber metido unos disparos "por el culo", en un bar; siempre creerán que quienes les pagaron les protegerán.
Vivirá, puede que bien; gobernarán y se enriquecerán quienes modelan la sociedad en la que viven. "Lo hubiera hecho otro", se calma en algún momento que se le aparezca la dignidad de quien eliminó.
A sus vástagos puede ofrecerles regalos, posibilidades, también miseria moral, también sentirse un perro al que tiraron de un collar para que le ejecutará.
Sólo existe una vida y tenerla, aunque tus tierras sean expoliadas y destrozadas, nos da un alivio. Mirarse en el espejo como si fuera una cámara de toda la vida que contenía la tierra defendida es ser participe en el destrozo.
Alguien coge la excavadora, abre por aquí, tira por allí, corta el conductor mientras tu disparas a quien se había interpuesto.
¡Progreso, nuevos tiempos! mientras asesinas como a través de los siglos y dominan quien lo han hecho desde generaciones los mismos.
Hijo, lo tuve que hacer; confórmate, no te preguntes, ya has vivido con ese lago que anegó mi paraíso. Puedo vivir sin él, tu eres mi cielo. No me niegues, entre tu tos de esas otras construcciones que te queman los pulmones. No sabía que lo harían.
El ansia, como La Peste, la reproducimos el ser humano, nuestras debilidades, nuestros apriorismos, nuestras sumisiones, nuestras dejaciones.
Siempre, nunca dejaremos de mirar a quien paga y alimenta las bestias.
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