Sales del lugar de nacimiento, del que te fuiste joven, al que has vuelto, ya con tu amor; este se fue hace tiempo y ahora, tras un año anterior en el que viste que quizás ya no podrías volver, lo dejas tras un mes lleno de disfrute, con la duda de si habrá sido el ultimo.
Lo has disfrutado en cada instante, rodeada de piedras, pero mágicas. Te hablan de aquel día en el que descansaste tras traer la carga que había montado en la mula, tu padre o tío.
Existen piedras como la del Milano, ahora la ves, como un accidente, hace muchos años era el lugar para sentirte aventurero, siempre pequeño, porque no llegaste a remontar hasta Vanzacao que resulta que te hubiera ofrecido la llegada al mundo nuevo que luego se te fue haciendo entre piraguas, ingleses y otros circos.
Las piedras que la acompañaban a ella eran las que se cruzaba al subir al castillo, y las que formaban a este, piedras rojizas, que se mimetizan con el color de la tierra adentro. No importaba quien lo hubiera habitado antes, si un señor que les había derramado toda su condescendencia o uno sanguinario. Tras la posguerra el altillo al que miraban para ver si podrían seguir adelante era el de la tierra que sembraban y el bosque donde buscaban unas maderas que les aliviará los fríos inviernos de entonces. Los sonidos de las piedras eran de los una risueña juventud, que enseguida veía congelados los gestos porque las necesidades eran muchas, como la familia que era larga.
Se despidieron, quizás cogiendo una piedrecita que le sonriera por aquella tarde que habían sido felices. En su pequeño y modesto atillo que se dejaba al lado de la cama, cedida para que sirviera a las amos con mayor prontitud, quedaría la inocencia de la niñez y la dureza del desarraigo. Así se fueron sucediendo los años.
En aquel nuevo lugar, aunque al principio pareció todo tan deshumanizado se fueron dando sentido a los bloques de piedras que le daban abrigo o le permitían sentarse para que alguien extraño le lanzará las primeras palabras de lo que si, era amor. Cuando ahora vuelve a lo que se convirtió en su hogar, también se da cuenta de haberse convertido en lectora de piedras que son vidas.
Las que ahora deja, con una emoción profunda tiene el calor del candor de la niñez, cuando se recibían besos de padre y madre y los juegos de tus hermanas y amigas entre las piedras que te tenían los latidos de corazones que enlazaban palabras y abrazos
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