jueves, septiembre 26, 2024

Coalición

 Andaba por el desierto deslizándose sobre arena, subiendo dunas como en tierras movedizas. Se habían enviado más de diez drones, a los que les fue invisible. Tenía un pelaje que le ayudaba a ser indetectable a aquella tecnología inhumana.

  A miles de kilómetros Azucena desparramó un olor embriagador y unos pasos sobre los que se deslizaba. Salía de una casa humilde y un piso con la ropa de la cama caída por el suelo. 

  Juan preparaba un café colombiano tan intenso, tan puro que por un momento se olvidó de ella. Había sido una noche larga, no apagaron la luz porque aunque conocían cada palmo del otro, cuando clavaban su mirada para compartir la plenitud de sus exploraciones, les gustaba verse en las comisuras felices del otro.

   Se sentó en la silla y buscó la armonía de los pasos de ella. Iba brillante, las neuronas aún le estallaban al contemplar la realidad de lo que siempre había soñado. Paró, pensó con una cierta soberbia para volverse y buscarle por la cristalera. 

   Todo a su alrededor pareció una pantalla fija. Se le vino a la cabeza su último viaje a aquel país exótico. No lo habían necesitado, pero buscaron un estímulo externo a algo que tenía impregnado en cada uno de los dedos y la lengua de sus cuerpos. 

   El peaje fue cruel, para salir de quedarse atrapados en aquel lugar, tuvieron que ceder el perro que les había unido y, ahora, era un miembro amputado en cada uno. 

    Fue una traición que les ennegrecía aquellos días felices, les dejaron volver con la correa con la que llevaban atados.

     Se volvió ella, y de sus manos salió un movimiento dantesco, un restallido de la correa que se le clavó a Juan, sintió el desgarramiento de la piel de Azucena y la ausencia de Tobi

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