domingo, septiembre 15, 2024

La avaricia es pecado, si es de los otros

   Eso nos decían desde los púlpitos: la avaricia es pecado, cuando de pequeño, nos encerraban en las doctrinas eternas, talladas, indelebles.

   Ayer lo repetía un presentador, Javier del Pino pero con una acidez mayúscula que se impregnaba en tus oídos para la sonrisa por la complicidad y mucha de maldad, que debiera corroer las estructuras de quienes las tenían como su bandera de pecados capitales. 

      El reportaje hablaba acerca de ser ellos mismos quienes la cometen por la impudicia con la quisieron obtener el mayor número de propiedades que entrarán en su cuerpo. 

      Las flatulencias que provocan tantas adquisiciones las olemos toda la sociedad. De repente, empiezas a sentir un cierto mareo. 

     Se ha caído una torre y aquí, los ansiosos dueños te preguntan: ¡eh, joven!, no huele usted algo que está podrido o derruido.

    Tú piensas, serán, serán (entre dientes) cabr...; claro, no te queda más remedio de hablar de la destrucción del mirador y entonces, crece en tí, una cierta afinidad, primero; luego, se convierte en perplejidad y si, termina en enfado por la descarada manipulación a la que nos tienen sometidos.

     En nombre de su dios, no pagan impuestos en las iglesias; ok, es el lugar de hablar con el colega, pero claro, negocian y obtienen réditos, ellos parlan, pero nosotros nos quedamos murmurando: "serán descarados, el dinero es para ellos, no para toda la sociedad". 

      Te miran, ¿corderos? yo creo que no, me dice mi señora. Al niño le hemos llevado a un colegio público y allí, no le discriminan en razón de sus sexos o recursos económicos.

      Qué estás diciendo, qué los de las multiples propiedades, lo están haciendo. Por cierto, ¿no tendríais unos cientos de euros para poder levantar la torre?. tened en cuenta que es un faro para ese pueblo.

      Les miras, murmuras, lanzas llamaradas en tus ojos; ellos cañones de agua que te apagan. Ibas a preguntar como son capaces de estar en la enseñanza y la sanidad para discriminar a la gente, no por sus creencias, sino por sus dineros, pero te han puesto una televisión con personajes sulfurosos, descreídos, kamikazes y les ves lanzándose hacía tu yugular. Por supuesto, te apartas.

      Ellos, cada vez más seguros, o avaros que es una consecuencia de lo primero, se introducen por todos los agujeros que son capaces de ver que tiene la sociedad y si no los tienen, los provocan, con lo cual, ya se hayan aposentado en tu mesa, para que les compartas tu alimento, o en la cama, para que les reces, por ejemplo.

      Hola, se te vienen.

      Quieto ahí, ni te me acerques

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