En el curso que está realizando, le dan un texto. Comentan de pronunciarlo delante del espejo. Los ojos empiezan a realizar chiribitas sobre nuestro sujeto de estudio.
Después de varias horas utilizando el traductor para descubrir que idioma era, alguien que pasa al lado le pregunta si está estudiando solfeo. Por lo que sea, se da cuenta que es una partitura.
Es muy bruto ha pasado por paisajes y cerca de monumentos y apenas se ha dado cuenta de su valor, iba enfilado por la vida y hete aquí, que le ha dado por pararse sobre esa hoja que le está produciendo un nerviosismo que hacía tiempo no sentía. Mueve las piernas, las cruza: derecha sobre izquierda, sobre el muslo; izquierda monta cerca del periostio de la derecha, la cabeza, siempre la cabeza se le va y le recuerda aquel dolor infernal, Debía ser en está época, enero tras unas vacaciones con entrenamientos salvajes para el maratón de Sevilla, subió al monte y cuando le empezó el dolor, quiso acortar, atravesando una valla caída pero indicativa de una propiedad privada; se le apareció el perro, ¿sería justiciero? primero, por abajo y al subir, por arriba, le indicaba que le tenía controlado; bajó y el de cuatro patas, le dejó; los miedos, los terrores, están para enfrentarlos.
El profesor del maestro, le indica la necesidad de empezar por el principio; al segundo parece que la vida se le escapa y quiere saltar los primeros escalones. Eso le supone pegarse guarrazos, unas veces en los morros; otras veces, en la barbilla, se queda sin dientes para tararear la nueva canción porque el aire se le escapa arrítmico
Se pone nervioso, se justifica que ¡no hay tiempo!, porque hasta ahora, aún con tropiezos, todas las anteriores partituras, las estaba cogiendo y las ejecutaba, en la ficción, poniéndolas ante un paredón de contemplarlas faltas de belleza. Con la cabeza baja, humilde, descubría un mundo nuevo cuando las daba su justa melodía y los tiempos necesarios.
Ahora es diferente, ya existe un muro, gigantesco que él mismo se ha ido construyendo por no haberle dado tiempo al solfear lo fácil, lo menos fácil, ahora, le ha llegado lo difícil
La escuchó a través de otra maestra, que aprende, es un Aria de Eugéne Bozza
Tiene 11 líneas, es un compás de 3/8. Si eso de notas de corcheas, 3 nada menos, la medida, ¡horror! no se le da una nota de negra.
Ha tenido la tentación de hacer lo anterior, en el teatro, abandonar; solfear le da miedo, pánico. Se acuerda de aquel día de nieve, de dolor indescriptible de querer llegar a casa y la partitura es el perro, tira para adelante.
Mírala a la hoja, las dos primeras líneas de compases coinciden con las dos últimas. Aprende, las montañas te llevan a subirlas y a bajarlas, puede que los dos hechos tengan dificultad pero la primera te habrá dado conocimiento para la segunda. Cuando las trazaste sin solfear todo era un caos; el profesor te ha dado calma y tu se la pones; suena mejor, llega a lo bello.
Vamos para arriba, antes, ¡si, profesor!, me fijo en varios pasos de gran dificultad, ¡uff! hasta soldarlas es un mundo. Pero aquí descubro que tiene sitio para un disipado; por aquí se puede meter los dedos para un agarre. En ese hueco, puedo introducir aseguradores, aquí algun mosquetón.
Descubro que en esa montaña, en esa partitura me podría quedar una vida, sería un Itaca, en si mismo ya justificaría todo lo que has aprendido durante marejadas, caída en las garras de cíclopes de notas añadidas en nuestro compás de tres tiempos de corcheas ¡¡¡aaaaaahhh!!!
Se oyen podcasts, me ató a los mástiles para que no me despisten al pasar por zona de hielo; crampones y a apagar los otros sonidos; y ahora a pasar despacio por la séptima línea de compases. Sus voces son las de Janis Joplin y Tom Jones, lo suficiente para resbalar a una caída infinita; sigo mi mano va lenta para arriba, a la derecha y comprendo y te emociona ver que por ahí, se va a llegar a la cima y entonces, verás otra Itaca y en tu mochila habrás guardado dos instrumentos imprescindibles solfear y el metrónomo. Solfear para contemplar cada punto de un cielo en el que amanece y te ofrece cielos teñidos de tonalidades indefinibles y adorables.
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