martes, enero 23, 2024

Coco loki

 Llámame Loki y tírame un coco. Lo cojo, les veo y encuentro un momento en el que dibujo mi cara, dentro de ella, ojos, un poco más arriba mis mejillas, abajo a ambos lados marco una prominente nariz y por ahí, a los lados de una boca carnosa, envidiada, le marco unos mofletes que ya quisiera tener Charlie Parker y qué decir del hoyuelo debajo del labio superior que sujeta una planeta en el que bebo!. La barbilla por lo demás podría ser usada para apoyar al Pensador o para ayudar a masticar mil futuros, a cambio, desaparezco.

  No, no le introduzco un cerebro, esa tarea se la delego a los opinadores de las diferentes tertulias. 

    ¡Hola eléctricas! 

          ¡Hola banca!, parece que dopáis, así, por lo general. No os pongáis chungos a esos medios que ven mi abuelo, mi padre, mi madre en la televisión que está al lado del perejil, y que hace cosquillas a los chorizos de la matanza del otro día ¡qué cerdo, madre mía!. El que sacrificamos por nuestros colesterol, no vayan a pensar otra cosa. 

       Suerte tienen de ver tanto revuelo, mis ancestros, mesas de sesudas frentes, tatuados brazos, bustos parlantes que debajo van guardando lo que les pagan; mi prima Cosmética es muy de eso de maquillarse; está época toca de rubia. ¡no, que te veo venir! tonta no, ella como esas presentadoras saben a quien le pueden dejar decir hijo puta a un presidente de un país, no, de tu PAIS y, a cambio, mostrarse digna ¡ahhhhg, la Digna! señora de eternas opiniones, después de haber servido a un partido, la del tipo ese, al que no se le puede decir tipo; como si ellos, evitarán decir el nombre de enésimo corrupto al que han pillado y al que ya no se puede nombrar; eso si, muerto, hasta le hacen estatuas, sean ecuestres, rupestres o campestres.

        Me preguntan que para que mi cabeza, no la de encima de los hombros, sino la del coco. La he tenido que poner en una mesa. No como la de las películas de 6 metros, donde a esta edad, ni descubriría los matices de su incipiente bigote. Es muy pequeña y nos miramos a los ojos. La efigie me lanza, bueno me lo imagino, un piropo sobre mis ojos; yo se lo devuelvo

       ¡cabeza hueca!, se ruboriza vaya si se ruboriza; parece como si hubiera entendido todo sobre ella, como Almodóvar. 

        El perro de la vecina, animal, el primero, me saca de mi abstracción. No me importa, yo, a veces, toco el saxo y se queda como ensimismado; cuando me lo cruzo, antes veía una pizca de odio, si que me tenía, ahora que he mejorado hasta intenta hacer caca a mi lado, menos mal que mi vecina está atenta. ¡Gracias Luci!, eres un cielo. Algunas noches nos lo damos, entre arrumacos y sábanas. 

        Darle su valor me lo agradecido el coco, está hueco; algunos bustos parlantes en la televisión, parecen carecer de cerebro, pero hablar, hablan, han descubierto que, mientras mi madre prepara la morcilla y mi abuelo dormita, el decir lo contrario de lo que dijo ayer sobre el intento de compra de la dignidad de Irene Montero, no tendrá la mayor importancia. Un buen pan, y un poco de lechuga para engañar al colesterol de mi padre, será igual que su palabrería para tapar su sinvergüencería.

      Al fruto del cocotero, diseñado, me dio la respuesta la que llevan años dando quienes han sido vilipendiados por encima de una sociedad honesta. El cuidado de quienes le reconocieron su valor, no se vende entre sonrisas falsas, palabras burdas repetidas entre cacareos y brumas de datos que tapan la realidad de partidos que existen y se les esconde. 

       La abuela coge un trozo de chorizo; el otro se lo come, y en la mesillita que lo tiene de altar a medio metro de la televisión, deja ese primer trozo. 

       Se puede decir lo que quieras, pero que a esos dioses mediáticos y sus apóstoles le haya dejado un chorizo en su altar, tiene su aquel.

       Me quedo mirándola, mastica meditando en sus cosas, ¡no ha dejado de enseñarme nunca!

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