martes, enero 02, 2024

Encerrados

 En medio de lo cotidiano, crece la maleza. Alguien quiere todo, incluso lo primero, le sirve de traje de noche, aunque lo desprecie; provoca huracanes, patrocina exilios, provoca odios; suelta el imaginario de unos seres crecidos entre venenos. 

  Campan desbocados, alocados, enfebrecidos por los multimillonarios que ganan con cualquier estado de cosas, pero que no quieren ser señalados en sus ganancias obscenas; creyéndose que todo ha sido fruto de su clarividencia y sus consumidores deben ser eso, elementos que le ayuden a ser más grandes, pero como receptores que una mana que él derrama por condescendencia; no comprende que no es nada sin el dinero de sus compradores, a los que no regala nada; que sería una parodia si le cobrarán todo el daño que ha hecho a sólo uno de los trabajadores a los que asesinó por sus malas condiciones de trabajo.

  La cuestión sería ponerle en las condiciones de trabajo de algunos que les generaron riqueza. En Sudamérica, alguien de una mansión exclusiva de la zona más rica de algun punto más inaccesible de Estados Unidos, ha aparecido desposeído de todos sus privilegios y con su familia emprende su tarea de recolectar alguno de los productos que le enriquecieron. En su anterior casa se ha instalado la familia a la que ahora, podríamos decir que ha expropiado su lugar de descanso tras la explotación que sufría el anterior inquilino.

  En un programa de televisión, un cuerpo revestido de maquillaje, en exceso; de pelo, hasta tapar las operaciones y de luces, hasta esconder las miserias, va describiendo cada una de las acciones que hizo que aquel nuevo habitante de las tierras tomadas para el origen de su riqueza, tuvo que dar para que permaneciera dopado, allí en lo que se han pasado diciendo, las cinco últimas décadas, era el Imperio del Mundo. 

  El cuerpo parlante, embellecido por las luces de los focos, describe como hubo un capataz que pegó a algun familiar de un impreciso nuevo Tom Joab, que atemorizado cumplió en exceso de horas su jornada de trabajo. El busto, temeroso de ser reemplazado por otro aún más abyecto describe con pelos y señales al dueño de aquella finca, que luego le vendería sus frutos al dueño de los más grandes almacenes del Norte. Ese poseedor de tierras pudo ser el hermano del criminal que se adueño de aquella región apoyado en una panda de menesterosos que no habían llegado a entrar en la finca explotadora porque antes les habían ofrecido las condiciones de ser unos pistoleros. 

   Si volvemos al capataz, dice la voz extracorpórea, vemos que, obediente a su amo, pone una bandera y un dios, para calmar a quien va a estar 16 horas trabajando, pero no cobrando sino sólo recibiendo comida, un catre con muelles como púas, pero eso si la bandera y el dios. 

   Pasa que, por inercia, la cara bonita querría mentir, porque siempre fue sumisa a la imagen de riqueza de aquel grandioso espacio que contenía una espectacular mansión de 50 habitaciones con sus respectivos baños. Pasa, también, para su desgracia, que de aquel lugar idílico no llegan las dádivas que la mantengan maquillada, operada y tamizada; por lo cual lo único que está facultada a realizar es a decir que el exceso de horas de trabajo, era para que aquel dueño, extrajera la máxima producción y se la vendiera a la empresa tapadera del dictador que, ahora si, tenía que reconocer había sido una canalla reduciendo las ganancias de sus conductores, que si tenían el estímulo de contribuir a una gran obra, que se les aparecía en el cielo, pero que rascando era su avaricia. 

   La boca, no acostumbrada a decir la verdad, o a dorar la podredumbre tenía momentos de congestión e instantes de contracción, pero, hacía una nueva conexión a la nueva situación del multimillonario, que antes pagaba para que a través de su preciosa, arreglada, dentadura dijera las bondades de ser fieles a un orden, que ahora parecía pesarle en aquel lúgubre espacio. Los cielos caían pesarosos sobre quien tenía que levantarse y empezar a preparar los frijoles para su familia. Nada le ayudaba, la lengua de ser retransmisor, antes con terminación de víbora, ahora parece secarse y quedarse enmohecida; le rebotan imágenes de las recompensas que recibía por anular lo que ahora está viendo en directo. Al tren, donde llevará el producto, robado, porque no se le pagaba a quien había ayudado a recolectarlo con su trabajo, tiempo y eficacia, se le sube ese anterior menesteroso como le llamaba el sumiso capataz. Allí, arriba, montado en la Bestia, se ha vuelto a convertir en un ser humano, nuestro, antes, esclavo. Sueña, ama a quien vivía compartiendo su pobreza y contempla la belleza de los lugares por donde pasa. Es capaz de encontrar la armonía de cada uno de los parajes. Golpea y sopla para provocar una música, por momentos violentas cuando el tren remonta el curso de un excesivo río o se extasía sobre una inmensa pradera en la que su cansancio infinito de explotación quedaría postrado por una eternidad, hasta que todo su ser recorriera aquella extensión montado en una cumbia.

   De la garganta salen gorgoritos de sollozos por toda la bajeza anterior de haber sido inclinado ante quien va percatándose que necesitaba la corrupción en muchos por los lugares por donde va pasando la Bestia  para que aquella, sin horizonte posesión, con construcción tomando el cielo fuera el lugar que derramaba gotas de excrementos, donaciones ajenas a los impuestos que debiera haber pagado a una sociedad que le estaba permitiendo y dando soporte a todas sus ganancias. De aquellos extemporáneos grititos se va perdiendo la añoranza de la grandeza porque aquella sublime familia se va diluyendo en uno de los campos que era el origen de su riqueza. Una maquinaria humana, era capaz de dar cobijo a las necesidades y aspiraciones de vivir con unos derechos y deberes en el que cada uno, pudiera enfrentarse a la maleza que se había sembrado a lo largo de los diferentes países para que sus ramificaciones fueran ahogando cada una de las aspiraciones de los habitantes.

  Mientras, aquella voz, se ahogaba en ella misma, sus traiciones y bajezas que la llevaban a hablar como para las cavernas, donde se supone existían seres que seguían viendo las grandezas que les habían proyectado y alimentado para justificar unas condiciones que se habían alimentado desde el  canallismo. Ahí, todavía era la reina, pero el aire fresco iba agrandando aquel espacio lúgubre; entraba el conocimiento, el descubrimiento y el valorar la marcha del tren de vuelta que dejaba a nuestro viajero en su lugar de origen, pero cambiada la sociedad porque aquel menesteroso del país elegido, había dejado de crecer, hasta morirse y había dejado de tener cómplices que provocarán tantas sumisiones. 

   Cuando salían a la luz, les costaba aceptar que sólo eran seres bestializados por su pasado

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