Se asoma un poco antes de salir a la calle, ha desaparecido su imagen y, a cambio, encuentra las ausencias. Las saluda, la recoloca, quieren abrazarle, pero les hace un gesto con las dos manos, de calma, de quedar ahí; realizan un último intento de aproximación y aunque parece resignado a reconocerlas como parte de su vida que estuvieron y son, con el gesto que ahora realiza es taxativo, abre y cierra los brazos delante de él y todas, todas se quedan al borde del cristal, como si el abismo de romper esa fina cuarta pared las quebraría ante él y las desnudará en una importancia que sería relativizada.
En el otro lado de esa misma pared, ese otro espejo; en él se refleja el rostro de un ser que huye de su presente. Se mira, es un hombre de su tiempo, escribe en diferentes medios y es tertuliano de ciertos medios audiovisuales. No conforme con eso, ha dejado que se imprimiera sobre su piel, algunos de sus pensamientos, deseos o totems más queridos por él.
Arroja al ser de enfrente su seguridad, no puede disimular, porque, es probable, que esas cosas sean imposibles, un cierto rictus de la rabia que profesa sobre ciertas personas que estuvieron o están en un proyecto que el defendía.
Los personajes del cristal del apartamento de al lado se dieron la vuelta, cuando vieron que ya no podían dominar a quien solían atormentar y, buscando disfrazarse de la vida del vecino, vieron que este les dejaba salir de uno a uno, les animaba a bajarse del marco y caminar ante una indiferencia que le hubiera parecido, incluso, cruel a quien ya las había mandado quedarse en un rincón.
No hace enemigos ese ser tatuado, sueña con destruirlos, sería como su alimento; los que se escaparon huyendo del otro lado, no le afecta, no tiene ninguna empatía por su vecino, ni por su historia. En un segundo plano, que le devuelve su espejo contempla los enormes ojos de un búho, a él no le asusta; sin embargo, por la increíble labor del taxidermista, alguien que entrara de nuevo en aquel coqueto estudio podría sentir que primero lo observa, por lo que está vivo y ante esto, a punto de lanzarse sobre ese presunto invasor. Para nuestro seguro residente, no confundir con el necesario Residente, esa especie de lechuza está viva, de vez en cuando despliega una de sus alas y con una cierta afinidad pero más con una contundente seguridad parece decirle que cuando llegué al plató debe ser contundente con la víctima que persigue el tecolote, con lo cual es también el suyo.
Nuestro contundente protagonista, asiente ante la ideal lámina que le devuelve de sí. Ese fugaz rictus anterior no se lo quita; le da rabia porque ha ayudado a crear un mito que le trajo el mochuelo entre sus mediáticas garras.
Es inteligente y cree que su supervivencia le ha hecho indiferente a los graves ataques a quienes saben son el alimento preferido de ese ave mediático. En ese apartamento, ante la devolución de la imagen de la rapaz y de él mismo, reconoce que ha terminado perdonando los graves errores y mentiras de quien va siendo un bluff al que él ha ayudado a amamantar, utilizado como señuelo para eliminarles,
Por un momento siente que el último gesto antes de abrir la puerta y salir a lidiar, exhibiendo sus mundos escritos, visuales y grabados es que las alas se le despliegan alrededor del cuello; un escalofrío le hace dudar si es para abrigarle, tal vez para recordar lo fácil que muchos pueden ser ahogados, desde la última calidez, no humana, sino del odio.
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