En silencio, casi a escondidas se va Busquets. Ni fui del Barça, ni veo fútbol con regularidad desde hace muchos años. Leer y saber de ello, lo he intentado desde que con 10 años, cuando podía, me compraba el As, luego para leer Deporte me pasé enseguida a El País, aunque aquel aspirante a cura me dijera que no decía ni en el título, la verdad. Pero eso, ya era su biblia lo que le guíaba, por fabulaciones que luego las admitieron en sus periódicos. Aunque en estos, mejor era llamarlas mentiras. Tuve a un héroe en el barrio que no tenía barreras para el fútbol, luego se metía contra gigantes y ahí la cosa se puso chunga en más de una ocasión; yo, siempre era espectador.
No es lo mismo, lo aprendí más tarde, primero cuando fui corriendo más horas y mi cuerpo desafío el espacio con tiempos que nunca me hubiera creído. Luego, con el kayak, no era cuestión de narrar sino de meternos en el Ara, por Torla y bajar por una rampa, tras metros boca a bajo y ayudados por un esquimotaje, salir por "peteneras". Las veces que vi a Sergi, me hizo sentir autor de una creación que ha tenido una belleza enorme; cuando pienso en el borreguismo con el que se intentó desarticular aquella máquina tan bien engrasada, me repatea aquellos dueños que toleraron aquellas miserias
Esperé a mi vecina, no hace mucho tiempo, en el descansillo de su puerta. Ahí cosas largas de contar, el porque ella tenía mi llave es más fácil, había una cierta afinidad y yo, a la vez, tenía la suya. Mientras llegaba de su trabajo, me senté, me eché para atrás, para acodarme en el escalón y me dispuse a escuchar música.
A Leonard Cohen, casi le había olvidado y sin embargo, cuando empezó Suzanne, todo se llenó de equilibrio. Mi cuerpo se vio de pie y los escalones se convirtieron en diferentes lonas por las que lanzar, rodar, saltar; no podía creer que el agua que parecía tan ajena en aquel edificio, estuviera cayendo juguetona sobre los charcos en los que retozaba para crear ritmos de una tormenta infinita. Giraba tragado por el desagüe de un agua que se iba, herida por nuestra indiferencia. Salté tres escalones como la pala que voló para posarse, violenta sobre la nariz de Berni.
Aquel mínimo escondrijo era tan inmenso como el que había creado Sergui en su pequeña parcela en el campo de fútbol. Divisé paisajes sonoros y espaciales y en ellos, liberado de mis tendones y mis años, me vi poseído por otro Sergi, el ingrávido Polunin.
Y en aquellas horas, en aquella escalera, en el inmenso silencio y en la envolvente soledad se engendró un renacimiento.
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