Conozco alumnas que están construyendo un robots. Ayer les pude preguntar, por si podía tener un beneficio propio, rápido. A cambio les dije que podría avalarles.
Se pusieron a hacer cálculos, buscaron información y me dijeron, si quieres nos pones las piezas más baratas, nos creas la infraestructuras necesarias y ¡bluff! y todas nuestras necesidades desaparecen.
Yo, me muevo el pelo, me toco la oreja, tanteo, busco, me desespero y me castigo a mi mismo, diciéndome: "donde está el puto pinganillo"; no lo encuentro.
Creía que a estos crédulos les podría haber destruido con la primera pregunta, a la segunda, la llamo, respuesta porque "que soy yo" si no cuelo las certezas que les haga depender de mí.
Vamos que son más sabios que yo, que no quieren esa porquería de avales, que luego terminan pagando sus precariedades al tío Gilito y a Flo, pero no al de Sacedón, sino al señor de los palcos. Y es que ahí, en ese espacio, se ablanda hasta un salchichón rancio y rezuma una relación que se acabó hace veinte años.
Si todo fuera así, que a una señora que ocupa tus ventanas tomadas, la cuestionaras que es lo gana ella, si tú podrías tener acceso a otra forma de vida y si al igual que a un drogadicto, sea temporal, sea perenne, se jactas de no proclamarle campeón de España de un deporte individual cualquiera, ella no tomaría la droga de una publicidad engañosa o una realidad tergiversada desde una de las partes, despreciando la otra. Si todo eso sucediera de esa manera. Ella, con otras y otros estarían en la cuadra con sus estercolores y disfrutarían lanzándose esos desechos entre ellos. Los que respetamos, a nuestros pesar, creeríamos que son cenizas de arrepentimiento; los que se les postran, pensarían, si la envidia fuera tiña y sus asociaciones profesionales que les defienden dirían que sus mutuas alabanzas, entre sus excrecencias morales, son su jardín de bolas en el que se distraen y piropean.
Aprendida la lección, me pongo a su disposición, sin engañifas, ni tretas. Ni ellas deben pagar a lo privado cuando lo público les ha abierto caminos. Ni las viviendas, habiendo tres millones y medio vacías, servirán para cagarse en un artículo de la sacrosanta Constitución
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