Miro al grifo con la incertidumbre de si será el primer día.
A la luna llegué corriendo por una cuesta que la escondía por los picos que la acompañan. Desde varios kilómetros antes, intuía que esta noche, era su momento. Creía que antes aparecería por el horizonte y mi esfuerzo quedaría banalizado. Aún así seguí en mi esfuerzo, viendo las consecuencias de la potencia del reflejo de su luz está noche. El origen me seguía estando vedado, entre curvas, entre pinos con abrazos extendidos, sobre un suelo que la cuadrilla de Fernando ha dejado este invierno como una moqueta. Cuanto más cerca estaba de la cima, los últimos metros, parecían querer esconder como unos guardianes muy celosos, el tesoro que en otro lugar Ali, con sólo decir "sésamo, ábrete" había robado.
Aquí, por una pequeña falla, durante unos segundos, en tu correr, te prende unos rayos, pero no son suficientes. Esos metros eran los que le faltaban a Emiliano, cuando ya el cáncer le había minado su cuerpo. Ansiabas ayudarle, llegar al Pax sería su pequeña victoria. En el cuerpo había agujeros que habían minado su fortaleza para obtener aquella nuestra pequeña Ítaca.
Después de esa última rampa, queda una curva pronunciada a la derecha; allí atrapado en un pequeño desfiladero. Recorro como si fuera un lugar de despegue, a los Galayos, al día lo he pasado como un gran repecho que empezó desde el punto más bajo, al dejar olvidado el saxofón y culminó un nuevo encuentro rechazado. El placer sin cadenas, está devaluado.
Terminas repitiendo días, horas interperstivas como la que te lleva a ese nuevo horizonte, el Alto Tajo. Ese encierro, termina, se abre el lugar donde la luna había jugado al escondite; tiene una belleza arrebatadora, una redondez perfecta, una manta blanca que la cuida de estos resfriados primaverales, pero que sublima, aún más, su perfección.
Has navegado entre tus piernas anquilosadas, tu mente agotada por la desaparición momentánea del saxo y con los arrecifes de las clases que aún querrías mejorar y los cantos que te masajean del alumnado que tuviste en años anteriores. Miras y vuelves a fijar tu vista, sobre esa subyugante luna, si pudieras sería la luz elegida para días sin referencias.
Cuándo te giras, pasas esa pequeña herida infringida en el pico. En el valle que habitas se derrama una luz que parece un estado de éxtasis que perdura para mirar a los ojos de la que te poseyó.
En el descenso te das cuenta que fuiste testigo de una luna, que cuando termine de elevarse, no te dará el encuentro en el que la besaste en tu cerebro que imprimió ese instante
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