martes, mayo 30, 2023

Abrazarse a un árbol

 Existe tanta información que he decidido escribir esto dormido. Dicen que cuando duermes todo, poco a poco, se va ordenando en la cabeza. A estas alturas de la vida me guía un cierto escepticismo acerca de esta verdad, como de tantas otras.

  Si cierro los ojos si que veo un árbol azotado por un viento vengador; ese que parece que cuando tienes una debilidad viene como para ponerte la última zancadilla o cuando has caído en un océano en una noche violenta, aleja su embarcación de la boya a la que te has anclado, además de haber lanzado una bengala.

  Ella tiene los brazos como las ramas que te van rodeando y con las hojas de primavera te producen cosquillas para aliviar tu tensión y tus miedos.

  Si aprietas más los ojos, como si ese sueño lo pudieras convertir en realidad, te ves, a su vez, abrazándola para, primero, que sepa que estás ahí, con tus dedos que ahora han descubierto que tocan blancas, negras, corcheas, tresillos, semicorcheas y tu piel, que tiene esa dulzura de tus palabras y una pequeña amargura por estos tiempos que no te dejan respirar y en los cuales sigues siendo un bote que se me ofrece para los naufragios.

  Ya ves, puro egoísmo porque me acostumbré a asirme a tí, como aquel que en el medio del océano se agarra a un tablón y allí, me di cuenta que debajo había un casa con pálpitos, unas habitaciones por donde circulaba todo el alimento que alguien puede recibir para seguir en su propio viaje.

  Decía ayer, Inna, que en la vida, uno se tiene que abrazar, en muchos momentos, con culebras, lo hice y ahora sin ver, ojos cerrados,  el aroma a tí, abierto, tengo la suerte de sentir esa corteza de árbol que adapta su rugosidad para acariciar todos mis poros. Incluso los más recónditos o esos que siempre rechazan decir que necesita ser queridos pero que vibra cuando lo hace.

  A ciegas, limpio ese coche que parece se olvido de poder recibir de copilota a quien dirige una nave derecha a una inmensa pared de las nubes de una tormenta perfecta. 

  Ahora sí, esos poros con sus bocas abiertas, te asaetean de besos por si te pudieran acompañar para desarbolar la cruel armada de los daños.

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