domingo, mayo 28, 2023

Mi amigo el budista

 En la sala de control del aeropuerto de Chichite, mi mujer atisba una objeto andador no identificado encima de una nube. A la vez yo la estoy llamando porque pese a ser yo el cocinillas, siempre necesitado que me dé su visto bueno, sobre la cantidad de gambas que debiera poner "la niña" que no se hizo vegana como nosotros, para una paella mediterránea. 

  Mayte, mi mujer, me dice que me asome por la ventana y mire a la nube que hay enfrente de nuestro ventanal del salón. Me dirijo al lugar, y enfrente, antes de mirar al cielo, me encuentro al chico, está empapado y como único resguardo (ya me había dicho la mujer que pusiéramos un techado) tiene un sombrero mexicano que con la luz de la luna dándole por detrás, hace que su cara me muestre un gesto tétrico, que me produce un escalofrío porque las gotas que caen hacen de lupa de los rayos que han enviado la lámpara que hay en el otro lado de la puerta del ventanal. Me ha parecido ver, a Jack Nicholson y su maldita cara, que me ha acompañado en tantas ocasiones, cuando he entrado en algun baño que parecía se cerraría tras mí para enfrentar, dentro, a mis peores fantasmas.

  El susto, después, me viene de ver a Petrarcus andando por las nubes; muestra una agitación excesiva para estar tan elevado. No es tan grande ese espacio esponjoso; me da miedo que se pueda encontrar fuera de ello; cuando da el paso hacía el vacío, con el consiguiente vuelco en mi corazón. Para mi sorpresa, consigue sentarse en la posición del loto, levita, ¡la madre que le parió! después de un buen rato apoyado en el bordillo, como yo en una barra de bar, despidiéndose de otra gente que parece haber pululando por aquella masa que alberga una lluvia que nos calara a todos, empieza a realizar círculos, el primero es grandísimo, de tal manera que me olvido de él para hablar con Pablo, después de haberse secado y haberse puesto un albornoz; pienso para mí, ¿Qué haría desnudo en la terraza?, hasta que me acuerdo que mis vecinos, al otro lado del matorral, han acogido a una joven mexícana.

   Me habla, Pablo, de lo raro que parece hoy el cielo; cree haber visto algo raro en esa nube que ha quedado solitaria por encima de nosotros y que ya se va. Siempre ha tenido una capacidad innata para cambiar de tema y hablar de lo que a él le interesa. Me recuerda a mi partida de guiñote de ayer, un pueblo sin gente, sin ningun problema de ocupación tiene a esto como problema de ocupación y luego a los franquistas. 

   Me habla que va a ir al campeonato del mundo de skate; lo dice con entusiasmo, siempre le escucho con atención; hoy, imposible, Petrarcus, ahora lo comprendo, ha completado su primer gran círculo y luego empieza a hacerlo más pequeños. Los primeros, siguen siendo amplios. El chico ha notado mi ausencia y da una voltereta. 

   Parece que todo, hoy,  es cuestión de círculos, me va a explotar la cabeza estos circunloquios. 

   Es Domingo y estoy escuchando la conversación de Juan José Millás y Javier del Pino, recomiendan hacerme budista; me fijo en la colocación de Petrarcus, que ya ha ido reduciendo el tamaño de sus círculos; me sobrevuela, a la vez oigo llegar los coches de la policía, parecen que han seguido la trayectoria de esa plataforma que asienta a mi, ahora ya, "personaje", cuando llaman al timbre y mi hijo se aleja para abrir; Petrarcus, sin bajarse de su levitación, me habla y yo me caigo:

    "Era Pablo Iglesias, quien tenía a cargo las residencias de Madrid"; tras ello, se vuelve a elevar y sale disparado, ahora directo, hacía la nube en la que están todos aquellos personajes de los que se había despedido, creía yo, para trasladar un mensaje venido de los cielos.

    La policía se dirige a mí, con un cierto cuidado; uno, que no había visto, me coge los brazos por detrás, y los demás se arrojan sobre mi; mientras salgo esposado, veo a mi mujer, que también había acudido, ante mi silencio, que marcha a mi lado, proclamando, "como lo he podido hacer"; mi hijo no me mira, se ha dado la vuelta, aunque antes le he atisbado con una sonrisa siniestra y ya, en la puerta, cuando arranca el coche con sus luces,  veo una silueta de una diosa que se dirige hacía mi casa. Siento que todo el mundo se cae

      Las nubes se vuelven a unir, para poder albergar a tantas personas que las viven.

    El policía conductor baja la ventanilla. Mi mujer está diciendo que ¡Como estoy siempre en las nubes!. La casa inundada, añade y yo, abrumado

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