Dragonio se quedó mirando el río, por ahí pasó una época. Había llegado dando muchos tumbos, primero por las ciudades en las que no se sabía encontrar. Luego, buscando entre las basuras por las que había buscado una identidad que creía le había arrojado por los cubos donde antes creía que sería mares en los que se podría bañar.
Se había quedado una inmensidad de tiempo, comparado con el tiempo que tenía para actuar. Salió su mirada de las aguas; su mente, de sus recuerdos y su corazón de una triste añoranza que, a veces, como un halo pasaba en diferentes momentos y temporadas. Cubrió su cabeza y sintiendo ese viento diabólico que estaba dejando exhausta una tierra sin agua, recogió a su hijo malherido, lo cargo a sus espaldas y emprendió el camino. Caía una lágrima sobre sus mejillas que la acarició y calmó la mano del niño que sabía de la congoja de su padre.
El cuerpo del niño era una pesada losa sin apenas carne, con una sangre que parecía recorrer los vericuetos más lejanos, con la pesadez de las piedras arrastradas hacía las pirámides, por tanto los movimientos en él obraban el milagro de continuar sin que algun medico que le había atendido antes pudiera explicarse el porque de esa continuidad en los latidos. La mente del Piranio, sin embargo, tenía todas las luces que había demostrado cuando su energía era imparable; ahora había destellado para calmar la marejada de desesperación que vivía su padre; luego en otro hercúleo destello, le indicaría como pasar aquel río que empezaba a recibir las aguas desbocadas de una tormenta que ya parecía que no quería llegar.
La madre siempre estaba presente en los dos, era su fuerza y su guía y no les dejaba que una nueva montaña se hiciera inexpugnable; había muerto pero les había invitado para que amarán este tiempo de vida. Los dos continuaron hasta llegar a aquel hospital del Jordanía, donde empezarían a tratarle contra estas nuevas superbacterias que ya han encontrado la forma de vivir, después de muertas. Médicas sin armaduras combatían con sus conocimientos y con los medios que en otras sociedades les habían cedido a los especuladores y los canallas que nos quieren sumisos.
Piranio, años después, recordaría estos momentos, como una travesía y a su madre, como un Ulyses y su padre, quien había tejido caminos
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