Sigo pensando en las palabras o frase del título. Estoy en las cataratas de Niagara por donde cae con una fuerza inusitada todo el racismo que ha sido olvidado a través de los tiempos.
Tengo el silbato de cuando fui árbitro de partidos del Kayak Polo; miro a ambos lados y pretendo poner un cierto orden.
Como atraídos por un imán acuden, las virutas de hierro se apilan descabezadas al potente emisor, ahora caen las personas que fueron arrancadas de su tierra en África, "combo blanco"; ahora el chico que vuelve a enseñar el DNI en Lavapiés, se lo miran, se llama Vinicius, pero no es Junior.
De forma potente, utilizo el silbato; a veces me asustó porque después de varias horas tocando el saxofón, me sale un chorro de voz que ni el niño del tambor; aquí, por el contrario, nadie me hace caso, los árabes que llegan desnortados desde sus países destrozados por guerras, con armas financiadas por nuestros bancos y hambres, son succionados por los desagües de la historia.
Las sábanas de agua que se levantan de los golpes contra el suelo, me envuelven; por un hueco, observo algo prodigioso, una caída de 35 centímetros es capaz de atrapar mi atención, como aquel pequeño rulo tomaba mi kayak en el canal de Seu d'Urgell para avisarme de mi impotencia, ante el poder del agua que no para, más que segundos en la historia para rebosar un límite y volver a arrastrar seres por su camino.
Sucede que en ese espacio un arco iris irradia amor, inunda de besos a dos personajes, a uno le ponen al lado del otro.
El primero, se dará cuenta antes o después que es parte de una escenografía.
El segundo es Dios, pone al primero a su derecha, para realzar su magnanimidad;
Al arco iris lo pone a enfocar hacía su efigie.
A ese pequeño desnivel, lo exhibe como si fueran las cataratas de Iguazu, cuando en realidad es una mínima caída, con buenas zonas de escape, sin piedras que empareden el kayak,; a la vez, está rodeado de personas con cuerdas; a estos los están sujetando por sus arneses, seres bien anclados en tierra. Vemos a los kayakistas exhibir sus trajes luminosos y atrayentes, por ejemplo, a mi cerebro disperso en ese lugar, muestran, úfanos, sus habilidades: esquimotajes, tracción orientada. doble cambio de dirección.
Por todo ello, esa décima de segundo donde se me ha encendido un clic para ilusionar un paraíso, se destruye con la segunda palabra de la frase:
Arbitraje, lo proclaman cielos catódicos que se abren en ese momento.
- ¡Uff!, conectamos en estos precisos momentos.
Y Dios dijo: "racismo y arbitraje"
Entonces este ser, se hizo, sólo humano; sus miserias se manifestaron, aunque el organizador de aquella payasada se desgañitara. Ahora la catarata ahogaba, también, las palabras vacuas de los franquistas que hablaban de luchar contra el racismo; no su racismo, que era inyectar sus ojos en sangre para mirarme
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