Me pregunto cuántas veces es capaz uno de enamorarse de Bob Dylan. Te pilla desprevenido y se ha reinventado en otro cadencia y esta te abraza hasta la extenuación.
Te lleva por toda la habitación y danzas, bailas como si el límite fuera integrarte en cada una de sus metáforas con la propulsión de un ritmo hipnótico.
Maruja Torres, en sus ochenta y más, con su periodismo de compromiso, nos hizo de capitana para acercarnos a horizontes en los que vivir. Años después, ahora, quita todos los artificios de los que nos vemos rodeados y nos habla de la vigencia de lo que vive y del amor por el viaje en el que se haya embarcado. Es capitana y vigía de su libertad sin límites.
Bob guía nuestra nave sobre olas gigantes y entre rocas con garras de sierra. Amar lo que has sido porque la autenticidad fue romper una brújula para llegar, al final, donde a él le ha parecido quería llegar.
Un día, aquella chica apareció, se posó en una roca que estaba en mitad de un cauce; quedó fuera de mi cabina; no supe abrir la puerta y ella, desnuda, voló y fui un Ícaro, pero con miedo, me aferré a la pala y exploré la escapada.
Cuando las cosas no tienen su espacio; los sueños es mejor rasgarlos
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