En la playa, 4 de la tarde, siesta de la que a duras penas prescindo. Febrero, pocas personas, bueno, mi señora y yo. Al fondo, la Traviata, cerca la traviesa, no de Renfe, que no sabe medir los túneles. Ella se acerca, yo, me contará más tarde, muerto, por ahora de cansancio; ella leyendo s Shakespeare, Julieta yace muerta en la cripta. Yo, con la panza arriba. Romeo con su vista fija en ella, la chica. Mi mujer mira de reojo, quiere seguir leyendo la descripción que hace de Julieta pero, a cambio, me contempla a mí. Su libido, con la lectura está por las nubes; con mi visión, teme darle un bajonazo. He entrado en otra dimensión, ronco, un barco que entra por la bocana ve silenciada su sirena por mis berridos.
Me conoce, ahora es Romeo quien es descrito, su perfección romana, los genitales del David. Vuelve a mi contemplación. Resopló, relincho, dice, yo me lo tomo por los del caballo, un cumplido. La digo, entonces que ¿Follamos? Ella, en pleno declive de sus ansias, me ofrece la pala.
La digo, ya voy, espera que me desperece. Con sumo cuidado deja el libro sobre su toalla y sus apetencias en la realidad
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