Intentando descifrarlo, recorro veredas donde los vientos azotan las hojas que empiezan a crecer en una primavera sin luz.
Por las mañanas, diferentes gentes vagan por innumerables sendas. Nadie parece darse cuenta, nunca hubo un sol tan entristecido. Tenemos la sensación que las nubes caerán como un fracaso sobre nuestros sueños.
Maruja Torres tiene sus ensoñaciones, su banco es su chulo y este lo ejerce con soltura, descaro, más bien; como buena cinéfila le llama Rodolfo. Puestas a disfrutar, ¡sin fin!.
Las tinieblas existen, tengo miedo de embarcarme como uno de sus pasajeros. Subo por las escaleras de la ira, con destino a la tristeza. Contemplar mundos ya repetidos, con lógicas de incipientes trúhanes.
Perdido trazo líneas incoherentes por las sendas que me esconden su fin. A su entrada tienen luces y esas ligas que vi a la inconmensurable Sofía; no, no me niego a mirar, aunque en el fondo sin salida estén cavernícolas, como diría el anuncio "de la tierra", como dándole un valor añadido, aunque en este caso es una mayor vergüenza ajena y propia, al oírle amenazar a un presidente del país; o en otro final de trayecto, encuentres al berraco, que fue deslocalizado por "sus propias huestes", diciendo su última sandez, o la última mentira sin que eso le haya perder su indignidad, porque el dinero siempre cubre muchas necesidades y sobre todo carencias de escrúpulos.
Incluso entre los vientos gélidos, merece la pena caminar los laberintos porque en una de las salidas puedes encontrar a Beatriz Julia, ginecóloga de la medicina pública madrileña a la que defiende para que la medicina privada, no tome recursos de lo público.
Existen los cuchillos afilados por las grandes rocas; amenazan pero a Beatriz, nuestros siempre Luis Montes, nos dijo que juntas somos más fuertes.
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